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Autor: VV.AA.
Editorial: CONTRAPODER
Publicado en: 2014
ISBN: 9789200083662

El 29 de agosto llega hasta nosotros la noticia de que dos hombres han sido asesinados mientras intentaban saltar la valla que separa Melilla de territorio marroquí. Otros muchos están heridos: se han rasgado la piel en las alambradas, han recibido disparos de balas y bolas de goma, lacrimógenos, porrazos… Las imágenes de lo sucedido se cuelan en nuestro cotidiano a través de televisores y periódicos: reflejan lo ocurrido como si se tratase de una catástrofe natural. Palabras como «sucedió» y «avalancha» llenan las crónicas. También nos llegan imágenes y palabras a través de indymedia estrecho, un foro web de comunicación construido por redes sociales desde una y otra orilla del estrecho : pero éstas son muy distintas ?a través de ellas no hablan los «grandes intérpretes de los hechos» sino los inmigrantes en tránsito que intentaron cruzar la valla: imágenes y palabras de dolor, rabia, dignidad, valentía, autoorganización. «Los disparos te golpean por dentro. Sientes que mueres. Morimos todas con cada zumbido» . A partir de ese día, durante los meses de septiembre y octubre, se suceden los intentos de saltar la valla, las nuevas cargas y asesinatos, las deportaciones al desierto, los gritos de rabia, las estrategias de autoorganización y resistencia por parte de los inmigrantes en tránsito, las imágenes en los medios de comunicación entre la victimización cosificadora y el fatalismo asociado a la catástrofe natural («esta tragedia es inevitable»)… también se suceden las crónicas en indymedia estrecho y las movilizaciones en distintas ciudades europeas que dicen «no en nuestro nombre». Entre otras, una «caravana europea», que lleva a 400 personas de distintas ciudades del Estado español y Europa hasta esa ciudad-frontera que es Ceuta, contra su valla de la muerte, en alianza con todos aquellos que intentaron cruzarla, en homenaje y memoria de los que no lo consiguieron.

Apenas un mes más tarde, el 27 de octubre, la muerte de dos adolescentes de una periferia parisina (Clichy-sous-Bois) a raíz de una persecución policial desata una oleada de revuelta en las periferias, que se prolonga durante 20 noches, llega a afectar varios cientos de ciudades francesas y salpica incluso las periferias de otras urbes europeas: en especial, en Bélgica y Alemania. La respuesta de la República de Chirac, Villepin y Sarkozy es de todos conocida: tolerancia cero, estado de excepción, detenciones y deportación de inmigrantes con residencia legal en Francia… Cientos de periodistas, ensayistas, analistas, políticos y colectivos militantes se lanzan a interpretar lo ocurrido. Pero esta vez apenas nos llegan las voces de los habitantes de las periferias: sólo la imagen de las llamas. Arde periferia.

Estos apuntes de contrapoder nacen en este otoño revuelto, de la inquietante resonancia entre Ceuta-Melilla y las periferias francesas. Una resonancia que no se deriva de la identidad entre sus protagonistas ?los migrantes en tránsito que intentaron saltar la valla y los adolescentes de las banlieues, hijos y nietos de inmigrantes?, como espetaría un ceutí a los participantes en la «caravana europea contra la valla de la muerte»: «¡mirad lo que están haciendo los que defendéis en Francia! ¡Mirad lo que harán con nuestras ciudades si les dejamos entrar!». No, la resonancia procede de la relación de ambos acontecimientos con la institución frontera: frontera exterior europea en el primer caso, frontera intrametropolitana en el segundo. Resonancia que nos habla, pues, de la nueva naturaleza de la frontera.

La institución frontera nunca fue sólo una línea que delimitaba el punto en el que terminaba la soberanía de un país y empezaba la del otro: ligada a la historia del Estado-nación europeo, siempre fue, también, un principio ordenador del mundo, donde las fronteras imperiales eran condición de estabilidad de las fronteras nacionales intraeuropeas / sobredeterminación colonial. Con la globalización, sin embargo, la frontera sufre un proceso paradójico de vacilación y de proliferación/endurecimiento: vacila como límite de la soberanía nacional, pero se endurece y se multiplica como punto de control selectivo de la movilidad de hombres y mujeres.

Control selectivo, decimos: en efecto, no se cruza igual la frontera teniendo dinero que no teniéndolo, viniendo del Norte que del Sur, teniendo la piel blanca que negra, siendo hombre que mujer. Tampoco es indiferente el sentido en el que se cruza: no es lo mismo cruzarla del Sur hacia el Norte, que hacerlo del Norte hacia el Sur. La frontera está ahí para determinar quién pasa hacia dónde, con qué derechos y a cambio de qué. El hombre de negocios apenas la advierte: la frontera, o no existe (¿quién le pedirá la documentación por la calle?) o es un lugar de reconocimiento de su estatus, en el que apenas tendrá que asomar un par de papeles gestionados a golpe de móvil. Para otros, la frontera es el muro con el que se choca una y otra vez, un lugar en el que se habita, un espacio de guerra.

Control selectivo, entonces, que se endurece y se multiplica. Así, la institución frontera se militariza como frontera exterior europea a través de sistemas como el SIVE, penetra en países extracomunitarios a través de los acuerdos bilaterales de control de la migración, invade nuestras ciudades a través de los controles de documentación (policiales, de las agencias de viajes, de los ayuntamientos y servicios sociales, de los hospitales…), segmenta el mercado de trabajo y determina un acceso gradual y selectivo a los derechos sociales a través del sistema de permisos de trabajo y residencia… Por lo tanto, la frontera no existe sólo como check-point de control de la movilidad geográfica, sino también como sistema de esclusas que fija a determinados hombres y mujeres a determinados espacios sociales y laborales: nuevos apartheids. A la vez, en su porosidad (el control nunca puede ser total), la frontera genera a su alrededor espacios fronterizos, marcados por la violencia y la incertidumbre pero también por las estrategias de fuga y las redes transfronterizas que las hacen posibles.

La proliferación de las fronteras, la reiteración de la experiencia de la frontera, la ubicuidad de los espacios fronterizos, intensifica la producción de fronteras interiores, o más bien habría que decir: fronteras interiorizadas. Nosotros y ellos: línea de demarcación de las pertenencias. Esa línea que le permitía decir al ceutí aquél: “esos que defendéis están quemando nuestras ciudades”. Esa línea que hace que se perciba al inmigrante como cuerpo fuera de lugar, amenaza extraña. Esa línea que permite construirlo en la polaridad entre la Víctima desnuda y el Enemigo abstracto. Esa línea que atraviesa el lazo social y fractura las posibilidades de lo común en las metrópolis europeas contemporáneas. Esa línea enemiga de cualquier movimiento social que aspire a transformar lo existente: mucho más problemática y viscosa que la realidad bárbara de las instituciones de frontera.