El viento, la ciudad carpa o la nueva Portus Tabernae

10-640El 15 de febrero de 1941, el viento hizo el trabajo destructor que permitió al nuevo régimen dictatorial franquista rediseñar la ciudad de Santander. En esa ocasión, la surada acabó con la vieja ciudad para que naciera la rancia, la imperial que gentrificó a los pescadores de Puertochico y de las calles de la Vieja y la Nueva Puebla.

El 11 de septiembre de 2014 el viento simulará un incendio paradójico en el Parque de Las Llamas, durante la inauguración del autodenominado Mundial de Vela que, como surada posmoderna, ha enloquecido al ayuntamiento y a muchos de los pobladores de la ciudad. De símbolos están plagadas las cenizas de estos tiempos. Bailarines sobre la réplica del barco de recreo del rey que tuvo que salir corriendo de este país y cuyos herederos nos revendieron el paacio que antes se levantó con el esfuerzo de los crédulos ciudadanos.

La ciudad contempla este nuevo incendio renunciando a la piedra y apostando por el plástico de cientos de carpas que, ya casi de manera continua, han convertido al Portus Victoriae de los cansados romanos en el Portus Tabernae, “una de las bahías más bonitas del mundo” en un mercadillo permanente donde chorizos de la tierruca y sobasos mutantes comparten espacio con las vitrinas ostentosas de la tontería.

imag2El Mundial de Vela, dicen las autoridades, “sitúa a Santander en el mundo”, aunque no sepamos muy bien en qué mundo ni de qué forma. Explica Juanma Murua, invitado este viernes 12 de septiembre (20h) en La Vorágine que “el impacto de los eventos deportivos transciende los resultados económicos, es necesario evaluar otras dimensiones como su capacidad de dinamización, revitalización y desarrollo del tejido socioeconómico general, cuestiones sociales relacionadas con la equidad y la redistribución de la riqueza, así como los impactos de los mismos en el medio ambiente y en el modelo de ciudades y territorio”.

Normalmente, escribe Murua, “muchos de los estudios interesados en justificar la organización de eventos incluyen los siguientes ‘errores’:

  • Obviar el efecto sustitución, incluyendo consumos de personas locales, que de no organizarse el evento podrían gastar en otras actividades, incluso con un mayor impacto.
  • Obviar el efecto desplazamiento, es decir, no tener en cuenta que un evento atrae a personas pero puede disuadir a otras personas, que dejarán de acudir a la ciudad por temor a saturación, vandalismo, etc.
  • Obviar el efecto fuga, no teniendo en cuenta que una parte (en ocasiones muy elevada, como los futbolistas extranjeros de un club) de los gastos realizados van a pagar a personas y empresas de fuera de la ciudad.
  • No considerar los costes de oportunidad, es decir, no valorar los beneficios del mejor proyecto alternativo. En definitiva ¿podría dedicarse ese dinero a una alternativa mejor?”.

En una ciudad huérfana de medios de comunicación críticos, sin asociaciones de vecinos que ejerzan como tal y sin espacios de participación reales, el Mundial y sus propuestas (la duna que nos acuna, las carpas que nos espantan, los monigotes que nos horripilan…) se convierten en motivo de fácil orgullo provinciano. Aunque, como recuerda el antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro, “todo orgullo esconde una vergüenza”. Os invitamos este viernes a (re) pensar la ciudad y la influencia de estos megaeventos deportivos y os adelantamos que en octubre se convocarán citas clave para poner en cuestión el espacio urbano que habitamos bajo el nombre de CONGLOMERADAS. Os seguiremos informando.

 

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