15,00€
Autor: JACQUE CANALES,
Editorial: OLIFANTE
Publicado en: 2025
ISBN: 979-13-990025-6-0
Los dioses se despistan en no pocas ocasiones y el azar es la consecuencia de un bostezo, de un perderse la mirada en las nieblas de la ocultación. Digo esto porque la obra de Jacque Canales –nacida Federica Joaquina Canales Rived– es la clara manifestación de cómo un periodo poético –1985/1995– salta por los aires y destroza taxonomías. Lo advertía Valente: las generaciones poéticas forman la línea de salida de una carrera, pero tras el disparo todas se disuelven. La obra es el quehacer de un corredor de fondo solitario –corredora en este caso–. ¿Y dónde estaba la poeta en ese momento? No estaba, nunca ha estado. Jacque se nos antoja una isla solitaria –aunque es cierto que participó activamente en el grupo Prometeo de Poesía Nueva y en el colectivo Némesis– a la que por unas razones u otras ha sido complicado llegar y si ahora comparece con fuerza en esta antología no sólo es para mostrar su rotunda belleza, su luminoso pensamiento, su perfección formal, sino también para desmentir las inamovibles afirmaciones de los manuales.
Canales hace estallar, asimismo, ese sintagma tan caro en nuestros tiempos («poesía joven»), como si la poesía exigiera el carné de identidad, pues, en efecto, nuestra poeta comienza a publicar, como ya se ha señalado, en 1985, cuando contaba cincuenta y tres años de edad. Cincuenta y siete tenía Cervantes al alumbrar la primera parte del inmortal Don Quijote de la Mancha. Obviamente, sé que parece una comparación mal traída (y odiosa, como asegura el refrán español) pero ¿de verdad nos importan esas minucias biográficas? Nos debe ocupar sobre todo la crítica textual. Y tenemos herramientas para ello. Y, en este sentido, ya adelanto que la poesía de nuestra autora sale extraordinariamente beneficiada considerándola desde esta perspectiva. Es el momento de proclamar que la poesía de Jacque Canales no ha recibido la atención que, sin ningún género de dudas, en justicia merece. Este libro, por tanto, constituye una humilde reparación.
Desde 1985 hasta su muerte, que acaece en 1995, publica trece poemarios. Tan sólo una década que dio lugar a una febril creación, acogida, sí, con el entusiasmo de una novedad sorprendente, mas no exenta de una perplejidad hija del prejuicio. Sea como fuere, el reconocimiento inicial fue devorado por las sombras del olvido.
La excéntrica posición, poética y vital, de la autora –las circunstancias de las que hablábamos–, no han facilitado una mejor difusión y un mayor alcance de su obra.
Jacque Canales concibe la poesía como una forma de desentrañar el fondo misterioso de la realidad, los rincones oscuros de la existencia, con el rigor del lenguaje –y el conocimiento de sus límites–, mas también con la osadía que da paso a una cierta renovación en la que al lado de cultismos encontramos también, en perfecto equilibrio, un léxico accesible, incluso popular, en un afán de traer los primeros a nuestro acervo cultural y de dar al segundo su dimensión exacta. La brillante elaboración metafórica y un rico uso de los símbolos confieren a los poemas una profundidad que no vela el prodigio de la transparencia.
No es, Canales, una esteticista y, sin embargo, la belleza no se resiente en absoluto en esa busca de la palabra necesaria, en ese canto que pretende ajustar cuentas con la verdad y los engaños, con la alegría y el dolor, con el tiempo y la melancolía, con el susurro del ser y del estar. En su caso, la belleza es una emanación de un profundo compromiso ético y de un asombroso oficio.
Palabra depurada, libre de toda ganga, ajustada al decir de una razón poética desbordante que nunca se desborda, aun cuando un evidente onirismo sobrepasa el yo de la poeta para abrir una hendidura hacia una conciencia más honda. Éste es el pulso memorable de una poeta enfrentada al olvido. Éste es su latido, el mismo que ya escuché una tarde feliz en casa del añorado maestro Ildefonso-Manuel Gil, en 1996 –un año después de la muerte de la poeta– al recordar su libro En la piel de la palabra, premio «Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal». No podía imaginar entonces que, casi treinta años después, Olifante. Ediciones de Poesía decidiría ofrecer al público esta antología; menos aún que yo fuera la encargada de una edición que tantas veces soñé.
Quiero expresar mi profundo agradecimiento a Olifante por su generosidad y confianza, y por cuidar con tanto mimo esta obra. Gracias también a la poeta –cuya presencia sigue viva y vibrante en cada verso– por haberme acompañado en este recorrido solitario y conmovedor a través de su palabra. Ha sido un privilegio y una emoción constante reencontrarme con su escritura, releerla desde la cercanía y el descubrimiento, y brindar hoy esta aproximación que es también un homenaje.
Entrego ahora, pues, este trabajo con la ilusión acrecida al recuperar –con la dificultad que siempre conlleva una selección y el riesgo de la falibilidad– la que a mi parecer es una de las notables voces del último tercio del siglo XX. Quien encuentre en su vuelo el calor de las revelaciones, la sustancia íntima de la percepción y su eco en el espíritu, la exquisita dulzura de una mirada nueva, el amor que nunca muere, a Jacque Canales se lo deberá; y quien no, que a mí me lo demande… o que me perdone.
María José Sáenz
Trasmoz, 2025








