Ante el rumor de las urnas: si no hubo tiempo para reunirse en cuatro años…

El colectivo La Vorágine lleva años tratando de empujar cambios en las escuálidas políticas públicas de cultura en Santander (donde reside La Vora) y en Cantabria (nuestro territorio) para intentar que el dinero y los esfuerzos públicos en cultura no se pierdan en la programación obsesiva, las megainfraestructuras, el dudoso apoyo a la inexistente industria cultural o las campañas de marketing político encubiertas. No hemos tenido éxito —tampoco teníamos muchas esperanzas—. Por eso, ahora, después de cuatro años sin que ningún partido político —¡ninguno!— haya gastado un minuto de conversación con nosotras sobre lo que hemos planteado, hemos decidido no aceptar ninguna reunión con representantes de partidos políticos quienes, ante el rumor de las urnas, tienden a acordarse de las que estamos resistiendo en los pliegues de la realidad.

A cambio, les ofrecemos lectura.

Estos son algunos de los elementos que hemos tratado de poner sobre la mesa en diversas reuniones con entidades públicas con nulo avance. Estos son los principios de los que partimos:

  • Bien común: la cultura es uno de los bienes comunes de las personas. Eso significa que, como en otros bienes clave, se difumina la frontera público/privado. Las personas deben participar en la gestión de todos los bienes y proyectos culturales como parte de un proceso de democratización inaplazable (Comités de Cogestión del Común en los proyectos culturales de interés público).
  • Sacar la cultura de la ‘industria’: hay una tendencia a encuadrar la gestión de la cultura y, por tanto, los apoyos a la misma, dentro del área económica, enfocando la cultura ‘rentable’ dentro de las mal llamadas ‘industrias culturales’. La profesionalización del sector cultural debe correr de forma paralela al estímulo de la producción y difusión cultural no profesional.
  • Financiada: la cultura no es un sector que se pueda someter o hacer depender de criterios de mercado. Por tanto, la cultura no puede ser ‘rentable’ desde la óptica capitalista, sino que debe ser financiada con los impuestos de las ciudadanas y ciudadanos que son luego co-participantes de los hechos culturales. Se debe avanzar hacia una legislación que elimine el concepto ‘subvención’ para caminar hacia la financiación en una lógica de tres tercios: la cultura pública (institucional), la cultura comunitaria (sin ánimo de lucro económico) y la cultura privada (las denominadas como industrias culturales).
  • Cultura descentralizada y ciudadanía participante: la cultura no puede ser vista exclusivamente como un bien que atrae turistas o como una disculpa para ‘dinamizar’ el centro visible de la(s) ciudad(es). La gestión y la financiación cultural debe estar descentralizada geográfica y conceptualmente hablando. Tampoco se debe potenciar el modelo actual que parte de dos hechos:
    • Megainfraestructuras culturales: que dejan a la cultura en el ‘afuera’ del cotidiano.
    • La programación para ‘espectadores’: con élites técnicas que programan y una ciudadanía convertida en receptores que no participan ni crean.
  • Cultura no (siempre) es espectáculo: hay una confusión entre cultura y espectáculos relacionados con fiestas, megaeventos, etcétera. Es evidente que la desproporción en los esfuerzos y la financiación que se dedica a los megaeventos (conciertos, megainstalaciones, etc…) y lo que se dedica a la cultura del común es abismal. Esa brecha debe reducirse.
  • Instalaciones culturales del común: las infraestructuras culturales de la ciudad de Santander (así como las del resto de municipios de Cantabria) son instalaciones del común. Es decir, no puede haber infraestructuras de primera clase (Palacio de Festivales, MAS, Universidad, etc…), de segunda clase (centros cívicos, bibliotecas), y de tercera (el resto). Hay que tener una cartografía de espacios y hacerlos accesibles a las personas y colectivos que crean desde abajo.
  • Potenciar la figura del prosumidor cultural: el ciudadano no puede reducirse a un ‘consumidor’ de cultura. Necesitamos personas que producen hechos culturales en sus barrios, en sus colectivos y en sus entornos cercanos y que, luego, pueden compartirlo en otros entorno. Para eso, necesitamos un programa de formación-provocación intenso que llegue a los barrios y que genere una red de creación popular que genere intercambios entre diversos actores culturales urbanos.
  • El baremo no es la cantidad: hay una sobrevaloración del número de participantes que hace que ese sea el principal baremo del éxito de los hechos culturales. Consideramos que la calidad, la incidencia social, y la promoción de la autonomía cultural son otros elementos tan importantes que el numérico.
  • Las asociaciones sin ánimo de lucro son el tejido comunitario fundamental sobre el que se tejen las redes de colaboración ciudadana y sobre el que se sostienen las prácticas del común. Son las formas de asociación no comerciales las que reflejan de mejor manera la vitalidad democrática de una sociedad.
  • Consideramos que los supuestos espacios de representación del sector —como el Consejo Cántabro de Cultura— no representan la diversidad y pluralidad del tejido cultural, además de que su carácter no vinculante los hacen irrelevantes a la hora de la definición de políticas públicas culturales.

 

En el caso concreto de Santander, la ciudad en la que concentra su actividad La Vorágine, planteamos asuntos muy concretos para cambiar la cultura de las megainfraestructuras y los titulares, por una siembra de cultura comunitaria a mediano plazo:

  • Nuevo espacio cultural municipal. A mediano plazo, la ciudad se debe plantear la necesidad de una dotación cultural completa y en un mismo espacio que se convierta en el espacio de referencia de la cultura nacida en el propio municipio. Oficialmente, el único centro cultural de Santander es el Doctor Madrazo, claramente insuficiente por su tamaño y, una vez más, situado en el eje central. El caso de Escenario Santander es paradigmático: una infraestructura pensada para la ciudadanía que termina cedida a la explotación Ahora, el espacio conocido como Tabacalera ni siquiera es gestionado por la Concejalía de Cultura, demostrando como algunos sectores de la política consideran la cultura como un sector nominativo.
  • Política de estímulo del asociacionismo cultural. El asociacionismo cultural languidece entre dos extremos: las asociaciones “de toda la vida”, sostenidas por ciertas élites culturales de la ciudad, y la supervivencia a duras penas de las pocas asociaciones de nueva creación que tienen detrás un tejido socio-económico más débil. Consideramos que es imprescindible una política de fomento que incluya:
  • Cartografía del tejido asociativo. Hay que saber qué hay y cuáles son sus perfiles, para poder diseñar una política que subsane las ausencias (qué sectores están más débiles), distinga las asociaciones reales y las asociaciones ficticias, y apoye a las más débiles para que se consoliden en el tiempo. A falta de ese diagnóstico, tenemos algunas intuiciones:
    • Mayor dotación económica tanto en las convocatorias de subvenciones a asociaciones culturales como en partidas estables de mantenimiento de la infraestructura básica de las
    • Cartografía de infraestructuras culturales públicas, privadas y al aire libre disponibles. Ese ‘catálogo’ debe incluir una financiación para eliminar las tasas encubiertas que suelen relacionarse con limpieza, seguridad y otros, al menos en los espacios de titularidad pública.
    • Apoyo económico directo, anual y a fondo perdido a los espacios culturales sin ánimo de lucro que demuestren una actividad continuada y sostenida en el tiempo.
    • Inclusión de las asociaciones culturales sin ánimo de lucro que tienen actividad económica demostrable (IAE, Impuesto de Sociedades) en todas las convocatorias destinadas a la llamada como “industria cultural” de la
    • Plan de impulso de nuevas asociaciones: que incluya formación, políticas de transparencia, espacios compartidos, semilleros, etcétera
    • Articulación de un fondo económico para financiar la mejora de las infraestructuras profesionales disponibles en las asociaciones culturales con el apoyo a fondo perdido del 50% de las compras de infraestructura justificadas (iluminación, sonido, medios de transporte, equipos informáticos, etc…).
  • Espacios culturales sin ánimo de lucro. Con recursos del Gobierno regional o estatal, a veces con los municipales, hay apoyo al tejido cultural empresarial o autónomo, pero no hay una política de apoyo a los espacios culturales gestionados por asociaciones culturales sin ánimo de lucro. En ese sentido, además de cartografiar lo que hay, se debe:
    • Proveer de una dotación de mantenimiento a cambio de una programación estable abierta a todo el público.
    • Hay que generar herramientas de visibilidad de estos espacios sin ánimo de lucro.
  • Definición del papel cultural que juegan los Centros Cívicos. Santander cuenta con una envidiable infraestructura de centros cívicos en los barrios de la ciudad, pero no está claro qué papel juegan en el estímulo cultural (tanto de la creación como de la distribución). No hay una coordinación técnica en ese sentido ni iniciativas constantes que se apoyen en los Centros Cívicos como polos de descentralización cultural en la ciudad.
  • Semilleros culturales. Bien sea en los Centros Cívicos o en otros espacios públicos o privados, creemos que una estrategia de medio plazo consistiría en crear Semilleros Culturales donde se estimule la creación, la producción y la gestión cultural hecha por ciudadanos y ciudadanas de a pie. Esos semilleros pueden generar a mediano plazo un nuevo tejido profesional pero, ante todo, provocarán una eclosión de creatividad
  • Red de Bibliotecas Municipal de Santander. Por nuestra experiencia en relación con la Red de Bibliotecas, creemos que es importante dotarlas de personal destinado al fomento y facilitación de actividades de fomento de la lectura y de gestión cultural. Las bibliotecas son una herramienta maravillosa de cercanía y requieren de más personal técnico cultural y de cogestión por parte de los vecinos y vecinas.
  • Campaña de publicidad de ciudad cultural inclusiva. La ‘publicidad’ cultural de Santander está copada por los grandes eventos o las grandes infraestructuras, sin embargo, el “capital cultural” de la ciudad es mucho mayor y no tienen visibilidad. Un primer paso, sería generar un mapa físico (oficinas de turismo, hoteles, etcétera) y virtual que sitúe los recursos culturales con un criterio inclusivo: librerías, intervenciones de desvelarte, espacios culturales asociativos, clubes de lectura, etc…). Esta campaña podría tener una primera fase “hacia dentro”, hacia la propia ciudadanía de Santander, a veces desconocedora de las posibilidades, y una segunda “hacia fuera”, pensando en turistas o en las ciudades y comunidades autónomas cercanas.

Aunque somos conscientes de que corren malos tiempos para el antes conocido como Estado del Bienestar y que las campañas electorales se refieren solamente al Estado de Opinión, no dejaremos de ser propositivas. Mientras, también lo dejamos claro, estamos para resistir, para denunciar, para articular alternativas desde un afuera que pocas veces encaja en el estrecho corsé de la mayoría de partidos políticos, convertidos, por cierto, en industrias culturales. A los que sí resisten y piensan en otros mundos posibles, nos veremos en el camino.

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