Editar desde las periferias

Mikel B. (Cronista Voraz)

Beatriz de Moura abandonó el mundo editorial dejando en su despedida la sensación de que, con su retiro, la figura del editor derivaba hacia un modelo diferente al que ella representaba. La suya era una visión del oficio apuntalada sobre unos pilares que hicieron reconocible una manera de publicar libros que, hoy en día, forma parte de la “mítica” del negocio. Tal imagen, cuyos detalles pueden rastrearse apenas sigamos la pista de nombres como Feltrinelli, Gallimard, etc., parece haber dado paso en la actualidad a un modo de entender la profesión más “empresarial”. A este respecto, durante la mesa redonda que tuvo lugar en La Vorágine sobre la edición profesional desde Cantabria, Jesús Herrán (ediciones Valnera) habló de cómo el sector buscaba hoy un perfil directivo proveniente de actividades económicas alejadas del libro, persiguiendo una lógica comercial similar a la que se aplica en áreas como la alimentación. Ciertamente, siguiendo lo señalado por Javier Fernández Rubio (El Desvelo ediciones), uno de los retos es poder encontrar vías de negocio que ayuden a la actividad editorial a afrontar los desafíos que se le plantean. Es en este punto donde puede establecerse, creo, una demarcación en el estilo defendido por los protagonistas de la charla respecto al seguido por las grandes empresas de la industria.

En un país con escasa inclinación a la lectura, donde, paradójicamente, se publica a un ritmo de más de doscientas novedades diarias, volumen que incide directamente en las estrategias seguidas por el “Mercado” para hacer llegar los libros a los lectores, parece imperar una racionalidad de la abundancia que, según Jesús Ortiz (editorial Milrazones), sepulta con sus mecanismos competitivos ese curioso álgebra de la necesidad orientado, no a saturar, sino a descubrir, que mueve la vocación de personas como las reunidas el miércoles en La Vorágine. Aportando valiosos datos respecto al funcionamiento real del sistema como, por ejemplo, la distribución, o la visibilidad y permanencia de los libros en las librerías, los contertulios compartieron su visión sobre el compromiso que supone la formación de un catálogo basado en la calidad del contenido. Sin duda, este rasgo distingue su trabajo de aquel encaminado únicamente a aprovechar las tendencias creadas para el consumo, las cuales parecen desvalorizar la importancia del libro como fenómeno cultural, y que ellos, desde su independencia, tratan de resistir con una oferta cuidada en todos sus detalles, sin descuidar, por supuesto, los recursos que hagan viable su propuesta. Quizá sea este pulso el que les llevó, en un momento de la animada conversación, a definir su tarea como un “ejercicio de supervivientes”. Máxime cuando la ejercen desde, digamos, la “periferia” de los principales núcleos de actividad editorial. En este sentido, la propuesta representada por Emmanuel Gimeno (La Vorágine) llama la atención por su talento editando contenidos que agotan sus tiradas más allá de la provincia de Cantabria, hecho verdaderamente meritorio en un proyecto fiel al carácter crítico sin concesiones que agita al lector sin complacencias.

Esbozados, durante las más de dos horas que duró la charla, los pormenores de la actividad editorial, inextricablemente unida a las exigencias de la sociedad contemporánea, adquieren mayor valor si cabe propuestas como la presentada por José Luis Polanco y la revista “Peonza”. En un tiempo marcado por lo efímero, donde el fondo de obras apenas alcanza una esperanza de vida media de dos años antes de desaparecer prácticamente por completo, esta publicación lleva tres décadas desafiando esta realidad, adaptando su formato a un diseño que, página tras página, descubre un fenomenal esfuerzo y compromiso.

Tal vez el presagio lanzado al final de su carrera por Beatriz de Moura se ha cumplido, y estemos ante la transformación profunda del paradigma editorial. Esto es sin duda cierto en un aspecto. Tanto ella, como la mayoría de los editores de su generación, provenían de las consideradas élites intelectuales y económicas. En cierta forma, “imponían” desde “arriba” un gusto que lograban encajar con gran despliegue de medios en los lectores. Su trabajo ofreció la posibilidad de acercar obras fenomenales, por supuesto. No menos extraordinarias son las propuestas que los nuevos editores, hijos de carpinteros, periodistas, o profesores rurales tienen que ofrecernos, quizá no desde la visibilidad de fastuosas fiestas y cócteles, grandes nombres o afamados premios, sino desde el tesón diario de sus más cercanas oficinas y talleres…

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