Hay veces que se escribe desde el solaz aburrimiento de la comodidad. Otras, escribimos desde el dolor de una pérdida momentánea o de un subidón de adrenalina provocado por unas calles llenas, un orgasmo imprevisto o un verso susurrado al oído.
Pero hay veces, cuando el Óxido se instala en articulaciones y vísceras emocionales, que escribimos porque no hay otra forma de decantar el desarraigo, la incomprensión, las distancias… Cristina Boyacá nació en y huyó de Colombia. No fue un viaje deseado, ni una emigración en busca de una economía que, aún así, es esquiva. Fue un exilio y nadie, excepto los exiliados, pueden entender cuánto de Óxido comporta la distancia obligada, amenazada, ensordecida.
Quizá sea la poesía la única forma de acercarse a un fenómeno como ese. Versos…
“Madre, se oxida la maleta. / Madre que sos mi célula / y mi única patria, / casi te pido que desates este ombligo”.
Dice Pablo Müller, prologuista de Óxido, que lo relevante en este poemario Cristina Boyacá “es la idea de destierro: una tierra a pisar, a sentir, a arañar, que no es la de su ascendencia, pero que sí es la de sus hijos, otro de los elementos esenciales del libro. Ese diálogo tensa los poemas y los hace vibrar”.
Vibrar (nos), (en) cogernos, provocar (nos)… todo eso es lo que logra Cristina Boyacá en este libro editado por La Vorágine para lograr, además, que la autora suba a los cielos en un viaje de vuelta temporal que le permita abrazar a la madre dejada atrás hace una década y poner vísceras y versos en su lugar.
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