Dada la buena recepción que ha tenido España postimperial. Ideologías del imperio restaurativo de Joseba Gabilondo publicado este año por La Vorágine, hemos decidido publicar una entrevista* con el autor donde se discute su libro anterior Globalizaciones: la nueva Edad Media y el retorno de las diferencias (Akal-Siglo XXI: 2019). Fue este libro el que nos impresionó originalmente y el que nos permitió establecer una relación con el autor, la cual culminó con la publicación de España postimperial. Estos dos libros son una sola radiografía teórica y critica del presente y de sus causas históricas; solo difieren en la perspectiva, global en el primero, española en el segundo. Gabilondo además ha publicado otro libro sobre populismo en euskara que todavía no ha sido traducido al castellano pero que representa otro eslabón en su intento de pensar la condición contemporánea desde diferentes perspectivas, pero siempre bajo una teorización unificada, directa y comprometida. Nuestra primera reacción a España postimperial se puede resumir en el adjetivo “brutal”: la obra de Gabilondo no deja a nadie indiferente. Esperemos que esta entrevista sirva de introducción a ese otro libro que leímos primero y que nos llevó a descubrir el pensamiento de Gabilondo.
(También existe otra entrevista más reciente en Ctxt.es sobre su último libro, España postimperial, que se titula “Nunca habrá nación española” y que también ha creado interés, discusión y revuelo.)
—¿Cómo surgió la idea del libro Globalizaciones?
Aunque me he formado en la filología vasca y el hispanismo, siempre he tenido una tendencia a lo que, siguiendo a la escuela de Frankfurt, se ha venido a llamar “teoría critica”. Mi tesis de licenciatura fue sobre Derrida y mi tesis doctoral sobre los blockbusters de Hollywood y el capitalismo tardío. Por lo cual siempre he tenido curiosidad por temas más globales (válgame el juego de palabras). Es también una consecuencia de mi biografía: soy de clase obrera (padres campesinos reciclados a clase trabajadora), queer y vasco. Crecí en Rentería en los años 80 en el epicentro de la resistencia al régimen que se estableció en el 78.
Estas determinaciones te hacen cuestionar y explorar temas más amplios que te sirven para situarte, simplemente porque no tienes territorio propio bien definido y acotado; y eso te suscita todo tipo de curiosidades e inquietudes. Tengo muchxs colegas de familias burguesas (la universidad es muy burguesa) y tienden a sentirse más comodxs en territorios más limitados y predeterminados que no cuestionan la totalidad. Están contentxs con sus minifundios que defienden de forma territorial. También he escrito un libro sobre Populismos (de Trump al PNV) en euskara donde combino a Lacan y Laclau en contra de Žižek e incorporo una perspectiva feminista.
Al mismo tiempo, esa curiosidad más global te ayuda a centrarte en lo propio: tengo tres libros sobre literatura y cultura vascas. También es importante subrayar que el libro lo escribí originalmente en el 2015 en euskera, cuando la palabra “Antropoceno”, por ejemplo, la usaba poca gente. Es decir, han pasado nueve años desde la publicación original. Akal-Siglo XXI lo publicó en traducción al castellano en el 2019 (a resultas de que fuera nominado al premio “nacional” de ensayo).
Por último, he tenido problemas de salud serios, y eso me impulsó a escribir sobre lo que más me interesaba, incluso saltándome los límites de mi disciplina (estudios culturales ibéricos).
—En el libro afirmas que hay tantas globalizaciones como seres (hablas, identidades, orientaciones sexuales, modas…) Pero si hablamos de las globalizaciones actuales, impulsadas por imperios concretos, ¿crees que existe una globalización paralela a la anglosajona?
Mi objetivo era cuestionar la idea que Fredric Jameson hizo famosa con la frase de que “era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” o lo que Mark Fisher bautizó como “realismo capitalista”. Mi objetivo era plantear que la historia sigue abierta, el capitalismo no es una totalidad, y por tanto hay lógicas de resistencia y choque que escapan al capitalismo global. Sería un error quedarse en la afirmación de que la globalización ya ha sufrido su crisis más grave durante la pandemia (2020-2023) y que ahora nos situamos en un mundo post-global multipolar que ya los EEUU no domina y que no se limita al ascenso de China tampoco. Lo que quería plantear es que la lógica de la globalización ha marcado todas nuestras realidades, desde ese nuevo mundo multipolar de imperialismos más locales hasta nuestros cuerpos y deseos. Y también quería plantear que las mismas contradicciones del capitalismo y la globalización han dado lugar a la crisis de los mismos, generando una lógica de heterogeneidades o multiplicidades globales. Creo que sería un error plantear que la globalización ha terminado y ahora vivimos en un mundo post-global multipolar. Evidentemente todos queremos esquemas históricos simples para guiarnos, pero es peligroso y contraproducente ser tan simplistas, a no ser que estemos haciendo pedagogía.
—También afirmas que la actual implosión europea acarreará estructuras políticas medievales previas a la modernidad. ¿Qué opinas de la teoría de Olduvai? ¿Qué te acerca y qué te aleja a esta teoría tal y como la describió su autor?
Me parece bastante absurda, pero sí que responde a muchas ansiedades sobre todo del Norte Global blanco. Predecir el futuro es absurdo: Olduvai plantea al menos en la versión de R. Duncan la idea de que la civilización global actual colapsará en 100 años y terminaremos en una nueva edad de piedra. No se puede. Por eso insisto tanto en la heterogeneidad presente y futura. Por mucho que la crisis climática sea global, va a afectar a la gente de forma diferente y va a tener respuestas muy diferentes. No se puede generalizar y proponer un solo futuro para toda la humanidad. No se puede plantear que diferentes clases sociales, diferentes países, y diferentes cuerpos van a terminar en un solo futuro homogéneo.
Lo que hay que hacer es describir lógicas presentes (económicas, biopolíticas…) que tengan en cuenta la heterogeneidad o diversidad que hoy día nos constituye. Todas las teorías del colapso adolecen de la misma tendencia uniformadora, homogeneizadora y simplificadora. ¿Colapso? Seguramente, pero colapso, ¿dónde, cómo, quién, cuánto…? Esas son las preguntas importantes. Toda teoría colapsista homogeneizante y simplificadora solo crea histeria en el sentido lacaniano: crea la fantasía de un dueño autoritario como única solución y salvación. Por poner un ejemplo: es bastante probable que el estado español se convierta en la franja o frontera norte del Sahara. Puede que solo partes del norte se salven. Eso va a replantear incluso la realidad del estado español y su geopolítica. Esto se puede convertir en una Reconquista climática a la inversa. Y en otro orden de cosas, si la soledad que promueve el capitalismo más avanzado pone en crisis la sacrosanta familia nuclear, ¿qué sujetos van a definir nuestro futuro? Estamos viendo niveles sorprendentes de esclavismo y trata sexual. ¿Que supone eso? Son preguntas hipotéticas pero que demuestran lo heterogéneo de nuestro futuro.
—Escribes que en estos escenarios venideros puede surgir un nuevo orden bárbaro, un sujeto excluido del capitalismo que no tenga un carácter universal. En el libro no hablas de “desglobalización”, aunque describes escenarios en donde la globalización vaya retrocediendo, y gracias a eso, en la que vayan brotando aquí y allá nuevos bárbaros. ¿Qué opinas del término “desglobalización”?
Llamo a términos como desglobalización “negativos”, en el sentido de que no describen nada positivo, nada nuevo, sino la ausencia de lo pasado. ¿A dónde nos lleva la desglobalización? Ese tipo de pensamiento no tiene respuestas. Además, ignora la lógica complicada de la historia: la globalización, en su forma plural, heterogénea y bárbara, sigue definiéndonos. Por lo cual, siempre intento distanciarme de teorías y términos negativos que no ayudan a pensar la positividad de la realidad actual y su futuro. Dicho en romance palatino: no nos dicen lo que hay, solo apuntan a lo que no hay. Es más, siguen contribuyendo al mito de que la globalización es la totalidad que nos sigue definiendo y determinando sin la posibilidad de cualquier tipo de exterioridad, lo que llamo condición bárbara. Por eso la idea de una heterogeneidad bárbara es tan importante, en mi opinión. Evidentemente, muchas veces vamos a tener que admitir que no sabemos, pero no podemos aceptar la falta de conocimiento como una respuesta positiva.
—Ves probable que no habrá una potencia imperial global y neoliberal única, pero sí aristocracias neoliberales globales. ¿No crees que las limitaciones energéticas, y por tanto de movimiento, provocará que esas potencias imperiales se troceen en reinos separados, aislados y cuyas relaciones comerciales se vean bastante limitadas?
Sí y no. Es una de las posibilidades. Pero si miras al presente, las élites globales se organizan y coordinan incluso desde “reinos aislados y separados” para usar tus palabras, aunque entiendo que tú apuntas a un aislamiento más físico y radical; pero incluso si ves cómo se organizaban las aristocracias europeas medievales, por poco contacto que tuvieran, eran un sistema. Otra posibilidad, a la que yo apunto, es que esa élite global se puede reforzar a pesar de todo tipo de limitaciones. Para poner un ejemplo también contemporáneo: siempre que hay una crisis climática (lluvias torrenciales, calores mortíferos…) las élites saben organizarse para sobrevivir la crisis y hacer negocio de la misma; solo los pobres sufren (uso “pobre” como categoría general). La pandemia ha aumentado muchas de las fortunas mayores del mundo en un 50%. Mi libro plantea precisamente el hecho de que no sabemos en qué dirección se decantará el futuro y por tanto es importante tener ambas posibilidades en mente, no descartarlas. En estos momentos ambas posibilidades todavía son reales, aunque yo intuyo que la lógica de la fragmentación y la heterogeneidad bárbara se impondrá de formas impredecibles, algunas creativas y utópicas, otras autoritarias y opresoras. Esto es lo que tenemos que pensar en formas que yo denomino de “futuro perfecto”. Lo explico más abajo.
—Hace poco en un artículo titulado “La corrosión y el colapso“,Gil-Manuel Hernández Martí hablaba de Alta y Baja Modernidad. Según él ya estamos en la Baja Modernidad. Tú prefieres utilizar la expresión de nueva Edad Media para referirte al escenario en el que ya hemos entrado. ¿Crees que ya hemos dejado atrás la modernidad y la postmodernidad?
Sí. Pero estas cuestiones siempre se deciden de forma retroactiva. A China, por ejemplo, toda la historia de la modernidad le viene sin cuidado, no define su historia (solo la gran humillación británica de finales del XIX). La modernidad solo define la historia del imperialismo-colonialismo europeo-americano. Por eso planteo en el libro que, para ver cómo de relativos son estos términos, lo que nosotrxs denominamos modernidad es la época más siniestra y sombría para el Sur Global; no es una época de luces, progreso, etc. sino de colonización devastadora. Para muchas partes y gentes del mundo no europeo “la modernidad es la verdadera edad media de oscurantismo, violencia, y deshumanización”, si usamos los estereotipos sobre la Edad Media. Para decirlo de forma hegeliana, la dialéctica de la modernidad no va resolverse (sublarse) en una modernidad extendida; la superación de la dialéctica requiere repensar toda la historia de forma que la modernidad no sea la nueva solución histórica a un problema ya desfasado. Es decir, ¿cómo narrar la historia de los últimos siglos para que tenga sentido e incluya a China o al Sur Global? La modernidad ya no sirve como eje central sobre el cual pensar una historia que incluya el Sur Global y nuestra exterioridad. Incluso para algunas periferias nacionales y grupos étnicos del estado español, la modernidad ha representado “os séculos oscuros” propagados por Castilla. Silvia Federici también ha descrito muy bien cómo la modernidad supone “la gran domesticación” de la mujer que hasta entonces gozaba de otras libertades y derechos.
—En uno de los bloques del libro comparas el Barroco con la sociedad del espectáculo (Neobarroco) surgida a partir de la segunda mitad del siglo XX en Occidente. Según dices en el libro la “alegoría barroca” es un intento por apropiarse de las realidades heterogéneas, de lo que llamas “pluralidad bárbara”. Al final del capítulo llegas a la conclusión de que la Ilustración “fue una expansión de la hipertrofia de la condición barroca”, que trató de salvar el exceso de barroco a través de la razón. Siguiendo con la analogía entre el siglo XVIII y el siglo XXI, ¿crees que está por venir una radicalización política y epistemológica similar de eso que llamas Neobarroco actual? ¿Hacia dónde nos lleva este Neobarroco actual?
Déjame que lo mire en mi bola de cristal. Te respondo con chiste porque efectivamente no sabemos. Es una pregunta interesante pero difícil a la cual solo puedo responder extrapolando la realidad actual de manera muy tentativa. Sí, hay una posibilidad muy real de que haya una radicalización política y epistemológica: por ejemplo, las universidades se están tecnologizando y abandonando todo proyecto critico (humanidades, filosofía, teoría critica, feminismo, teoría social…). Al mismo tiempo, dichas universidades también se están convirtiendo en una organización de conocimiento instrumental o tecnológico a la cual (y de manera progresiva) solo las clases altas pueden acceder de forma plena (Harvard cuesta más de $50.000 al año y las mejores universidades públicas norteamericanas no le van a la zaga). Esto podría dar lugar a un nuevo tecno-despotismo ilustrado que, incluso en el caso de gente como el difunto Jobs o Musk, puede desarrollar un autoritarismo carismático. Pero insisto, no sabemos. Lo que apunto más arriba es una posibilidad.
—En el libro no utilizas categorías o conceptos como “Tasa de retorno energético”, “matriz energética”, “Esclavo energético” … ¿No eres partidario de utilizarlos? ¿Tal vez utilizar esas herramientas conceptuales pueda hacernos pecar de determinismo energético?
El libro fue escrito en el 2015 y su función era más filosófica-critica que ecológica. En el capítulo final apuntaba a lo que entonces era una nueva realidad teórica: el Antropoceno. Los términos que citas creo que, al final, caen en una mecánica determinista eco-marxista que en vez de cuestionar el orden global lo refuerzan proveyendo una lógica y una terminología interna al mismo. Puede que me equivoque, pero creo es una actualización muy cruda y forzada del marxismo.
—Una de las tesis de tu libro es que nos dirigimos a una nueva Edad Media. La clave es que no sabemos si vamos hacia la Alta o hacia la Baja Edad Media, o hacia ambas. Ya apuntabas en el libro que las nuevas oligarquías se han ido fortaleciendo en los últimos 20 años, pero desde 2019 han sucedido muchas cosas en el mundo. ¿Estás saliendo de dudas? ¿Es ya más visible hacia cuál de las dos nos encaminamos?
Recuerda que el libro es del 2015. Pero la respuesta es no. No estoy saliendo de dudas. Desgraciadamente. Tenemos más información, pero eso simplemente complica cualquier predicción de escenarios futuros. Lo único que sí veo más claramente es que el capitalismo ya se está enfrentando a contradicciones que no puede evitar o “circunventar” si me permites el anglicismo. Y la contradicción principal es que no puede parar el desastre ecológico, químico (nuestros cuerpos), tecnológico (individualización exacerbada) y epidemiológico que ha desencadenado. Cada vez veo más claro que las medidas que se están tomando a todos los niveles van a ser un parche. Puede que me equivoque (o incluso espero que me equivoque), pero es lo que veo desde mi pequeña plataforma floridense donde vivo.
—Dedicas un capítulo a tratar de definir cuál es el “sujeto político” actual, el sujeto revolucionario capaz de derrocar ese nuevo sistema neoliberal-medieval. Te preguntas si será una nueva clase media global o este sujeto adoptará la forma de nuevos excluidos y nuevos explotados. En cualquier caso, te refieres a estos nuevos sujetos como los nuevos bárbaros. ¿Qué papel puede desempeñar este nuevo sujeto en esta nueva Edad Media?
Todxs en Occidente conocemos el mito de la Torre de Babel. En el XVIII, se empezó a hablar de una paz perpetua y duradera a nivel global que, al final, nos llevaría a una república mundial, o en el vocabulario de Kant, cosmopolita. Incluso entonces hacían la pirueta sinecdóquica de hablar del mundo, de la humanidad, de ciudadanos cosmopolitas (en masculino) para terminar refiriéndose a una clase social europea en particular. Pero el consenso siempre ha terminado siendo que no hay manera de establecer un orden político y económico global que no termine en autoritarismo.
Pero de manera inconsciente sí ha habido una ideología global que tanto el Sur como el Norte han aceptado e incluso asumido como deseable y utópica: el modelo de clase media y de familia nuclear consumista tanto norteamericana como europea, en sus variantes liberal y socialdemócrata. Es la ideología del desarrollismo. Lo que hoy sabemos es que no es factible como modelo para una “república global”. Ese modelo, por su carácter consumista y capitalista, es el que acelerará todos los desastres que ya estamos viviendo (desde el ecológico al electrónico). No hay suficientes recursos para convertir a la población global al modelo de clase media nuclear.
Por lo cual solo queda concluir que ese mismo modelo, que todavía es vigente a nivel global, va a generar sus propias contradicciones y su propia destrucción. Lo interesante es que el sujeto de dicho modelo es la clase media. Y es por eso que, probablemente, dicho sujeto generará sus propias contradicciones al intentar mantener sus privilegios o al intentar acceder a los mismos. La más clara contradicción es que, según la riqueza se monopoliza en pocas manos, dicha clase media se va precarizando; el consiguiente miedo a convertirse en clase trabajadora, pobre, o simplemente precarizada es el que está generando la mayoría de revueltas y conflictos en todo el mundo, más que las mismas clases ya precarizadas que no tienen tiempo ni energías para protestar (y que muchas veces prefiere integrarse en la cultura ready-made de la extrema derecha a lo Trump). Me refiero a todas las revueltas que hemos vivido desde la Primavera Árabe y el 15M.
Eso también está generando una nueva lógica que llamo bárbara, ya que produce sujetos que el capitalismo no puede incorporar fácilmente. Lo interesante y lo que sigo pensando es lo siguiente: esta nueva lógica bárbara de protesta y revuelta no es positiva. No articula un mensaje/plan/programa con contenido, solo articula una respuesta negativa: “no queremos, no nos representan, no tenemos, no nos van a imponer”, etc. Su mensaje es NO. Por lo cual parece (y esto es lo que tenemos que pensar) es que la política presente y futura puede terminar siendo des-tituyente y no cons-tituyente, para citar a Agamben. Es decir, este tipo de política negativa no constituye nuevas formas positivas de hacer política que puedan reformar la economía y el estado, sino que simplemente demanda algo que está más allá de las formas políticas establecidas. Si esta política destituyente se impone, entonces sí que ya entramos en un horizonte bárbaro y medieval. Es decir, si este análisis es correcto, el futuro no lo cambiará la revolución (comunista), una como política positiva provista de su propia utopía, sino la devolución bárbara, como política negativa destituyente. La famosa frase de “socialismo o barbarie”, puede que tenga que invertirse.
—Sugieres que ya hemos entrado en una nueva Edad Media, caracterizada entre otras cosas por un sentimiento similar al del apocalíptico del medievo. ¿Crees que existe una suerte de mito del colapso ecosocial en la cultura popular, similar al que existía en la Edad Media? ¿O es más bien una trágica realidad difícil ya de evitar?
Creo que me planteas dos preguntas complementarias. El apocalipsis ya es una realidad difícil de evitar. Y sí, existe dicho mito, pero a diferencia del Medievo, dicho mito nos hace aceptar la realidad neoliberal que vivimos. La mayoría de películas y programas de televisión de alcance global son bien de ciencia ficción postapocalíptica (Avatar, Walking Dead…) o de fantasía (El señor de los anillos…). Estas fantasías alternativas al capitalismo lo único que plantean son escenarios diferentes, pero igualmente de violentos y sanguinarios a la realidad neoliberal que vivimos, con lo cual, al final, aceptamos nuestra situación como “menos mala”. Lo que ninguna película, videojuego o serie de televisión plantea es una salida comunitaria y alternativa al postapocalipsis. Solo escenarios Mad-Max de puro individualismo. Ahí está la contradicción del mito del apocalipsis neoliberal: nos fuerza a aceptar dicho apocalipsis, pero sin salidas viables más allá del individualismo (incluso The Walking Dead, que parece comunitaria, no lo es).
—Al final del libro hablas de eco-impotencia. Son muchos los que se rinden a la hora de tratar de entender todos los factores que intervienen en el cambio climático, por ejemplo, y prefieren centrarse en crear espacios anticapitalistas, autónomos, donde tratar de vivir en condiciones de equidad y de justicia. Llegas a decir incluso que “según se vaya agravando, la crisis ecológica quedará fuera de las competencias de cualquier Estado”. Este concepto de algún modo viene a reconocer nuestra impotencia a la hora de prever escenarios climáticos futuros y me parece muy interesante, pero, ¿no crees que podría ser interpretado como una invitación a la indiferencia ante esa “posible” catástrofe ecológica?
Si, se podría interpretar como indiferencia y, es más, como te he apuntado en la respuesta anterior, nuestra imaginación global está organizada precisamente para articular dicha indiferencia y eco-impotencia (suena mejor en euskera, “ekoezina”). El problema es doble, y en el libro solo llegué a apuntar de manera muy esquemática en qué consiste al final. Estoy trabajando en eso ahora. Por un lado, hay que aceptar que nuestro sistema económico-político va a ser incapaz de resolver las crisis múltiples que vivimos. Puede que me equivoque, pero eso es lo que más claramente veo: la ciencia se ha reducido a decirnos que las nuevas mediciones y pruebas solo revelan escenarios peores de los que había previsto. Es casi ya un género literario: la ciencia anuncia que siempre está llegando tarde y de forma limitada a la realidad que siempre la supera. Pero aceptar que la crisis no se va a resolver no significa que vayamos a terminar en esos escenarios simplistas y homogéneos (colapsistas) que he criticado más arriba. Creo primeramente que la crisis continuará por muchas décadas y con resultados muy diferentes y variados en diferentes lugares del planeta. Y por tanto, lo que tenemos que pensar es que va a haber más posibilidades para desarrollar realidades y escenarios postcapitalistas, postpatricarcales y postraciales. Pero no de forma universal. No me extrañaría que miles de millones de personas murieran en el proceso y otras tantas terminaran en realidades autoritarias violentas. Eso también tenemos que admitirlo; no va a ser un proceso fácil. Pero como digo, el énfasis tiene que estar en pensar las posibilidades de nuevas realidades que, en varios contextos, sí nos llevarán a situaciones mejores que la presente.
—En ese contexto de escasez energética, ves viable una suerte de “universalidad bárbara”, una “democracia global bárbara”. Ante la paulatina reducción de la producción de combustibles fósiles ¿no crees que tendría más sentido comunidades postimperiales bárbaras, pero dispersas?
No va a haber democracia global. Ni “comunidades postimperiales bárbaras en todo el mundo”. Creo que nos tenemos que preparar para realidades nuevas (bárbaras) pero que pueden abarcar todo el espectro político: de la democracia al imperialismo y el autoritarismo. Es lo que mi libro quiere subrayar más: no podemos reducir el futuro a una sola idea homogénea, tanto comunista como demócrata o autoritaria. El futuro ante todo y sobre todo va a ser bárbaro y por tanto heterogéneo. La izquierda peca de esa tendencia a la homogenización: de las multitudes biopolíticas de Hardt y Negri al optimismo comunista de Berardi, siempre se plantean futuros homogéneos que terminan siendo proyecciones de la clase media del Norte Global.
—En las páginas finales, cuando dices que en caso de que advenga un apocalipsis ecológico, “si alguien sobrevive en alguna parte” podrá suponer “un nuevo comienzo civilizado”. Pones como ejemplo Nepal. Pero ese escenario tendría más que ver con comunidades dispersas y apenas interconectadas entre sí. La tarea de reconstrucción que propones ¿más que de una sociedad no tendría que ver con miles de sociedades aisladas y alejadas unas de otras?
Buena pregunta. La respuesta tentativa es que sí. Puse lo de Nepal en 2015 como una posibilidad para pensar rápidamente un problema que era más complejo y el capítulo final del libro no podía resolver o incluso articular de manera detallada. Lo de comunidades dispersas es un escenario muy probable, y en estos momentos, tampoco podemos todavía descartar escenarios más autoritarios donde una clase de élite coordinada cuasi-globalmente pueda todavía oprimir a grandes números de la población. O cualquier forma híbrida entre las dos. Lo que verdaderamente tenemos que hacer es precisamente abrirnos a todas esas posibilidades y pensarlas como tal. Piensa simultáneamente en Haití y Singapur. En Sudáfrica y Noruega. Piensa en todos los estados republicanos de los EEUU donde se está imponiendo un nuevo fundamentalismo blanco y cristiano, pero al mismo tiempo, se está dando la emergencia de toda una realidad compleja y diversa de género/sexo o clase social que no se puede reducir a ningún binarismo y que sigue reivindicando derechos que otros estados más liberales sí les están otorgando, como el derecho al aborto. Creo que hoy mismo es el sujeto trans el que más cuestiona conceptos modernos de soberanía no solo corporal sino también estatal y geopolítica, de ahí el interés de la derecha en criminalizar una minoría tan pequeña pero significativa políticamente hablando.
—En el libro hablas de aristocracias globales, neofeudalismo… ¿qué opinas del ecofascismo?
Es un tema que tengo pendiente. No lo he seguido suficientemente de cerca. Acabo de terminar una arqueología de nuestro apocalipsis contemporáneo que me ha trasladado a los siglos XVI-XIX, por lo que en los últimos años he vivido en el pasado con gente como Moro o Spinoza. En general, me parece una ideología “muy inteligente y bien articulada” que se complementa muy bien con la ideología racista del “Gran Reemplazo”. Es el tipo de ideología que la izquierda debiera emular en versión inversa por su capacidad de movilización. Espero que no tenga que añadir que la respuesta es irónica.
—¿Tienes en mente una edición del libro con algún anexo, o una edición ampliada en la que hables de los distintos acontecimientos que han ido sucediendo en el mundo estos últimos 5 años?
Estoy trabajando en una nueva obra doble sobre el apocalipsis. Aquí publique un pequeño avance. He completado los siglos XVI-XIX, como una “historia del pasado”. Si la salud me permite, emprenderé pronto una “historia del presente” y otra final de una “historia del futuro” en un libro posterior. El término “historia” aquí tiene un sentido radical que quiere cuestionar nuestra percepción de lo que consideramos “historia” que siempre va unida a la idea de progreso. Mi objetivo, aunque largo en páginas, es simple: quiero criticar la filosofía, teoría e ideología que nos lleva a callejones sin salida o a legitimar el orden presente, incluso cuando se proponen lo contrario. Parte de lo que he discutido más arriba te puede dar una pequeña idea de por dónde voy. Y finalmente quiero retomar los eventos que han sucedido desde el 2015 (fecha de la publicación del libro original Globalizaciones en euskara) para apuntar a los problemas y soluciones más probables que se nos avecinan. El término apocalipsis tiene todo tipo de connotaciones no criticas que quiero eliminar para redefinirlo como el concepto central que nos permite entender el presente y el futuro y la modernidad como un proyecto necropolítico colonial. Apocalipsis significa originalmente revelación, no final de los tiempos
También he terminado otro libro [España postimperial] sobre cómo pensar el estado español a partir de estas coordenadas; me ha llevado a plantear el postimperialismo como condición biopolítico-económica que define la historia española de los últimos 200 años, relegando el nacionalismo a un efecto secundario del postimperialismo. Es una crítica hacia delante a Roca Barea y el pensamiento autoritario que se está imponiendo hoy día. En dicho libro también intento analizar la heterogeneidad del postimperialismo —de Rosalía y Banderas a Iglesias, Esteban y el rey Felipe VI— y hacer una arqueología del populismo subyacente que define toda política en el estado español.
—¿Qué opinas del decrecentismo?
En estos momentos estamos ante un problema global que no sabemos solucionar. Merece la pena intentarlo todo. Absolutamente todo. Es como cuando el ordenador no funciona y terminas golpeándolo por si eso lo pone en marcha. Pero como solución central, única o dominante, el decrecentismo sería un engaño. Como he apuntado más arriba, el escenario más probable es que nuestro sistema capitalista-racista-patriarcal termine autodestruyéndose, probablemente sin un colapso cataclísmico, y más bien con una disolución paulatina y heterogénea a manos de barbarxs, incluidos nosotrxs. Nos tenemos que adaptar a una nueva forma de pensar donde vamos a tener que repensar y reformular todo a diario, en función de los nuevos cambios que observemos. De manera irónica, tenemos que asumir que nuestro pensamiento se tiene que articular en futuro perfecto. Es decir, desde un futuro que todavía no conocemos, pero que cada día se nos hace más familiar y real. No es casualidad que apocalipsis signifique revelación. Tenemos que empezar a pensar de una forma apocalíptica desde el futuro para que, así, el presente se haga cada vez más revelador de nuestra heterogeneidad bárbara.
*Entrevista realizada por Vicente Gutiérrez Escudero