Hacia una cultura situada, desmercantilizada y participada

La Vorágine cree que la Cultura es un aspecto minusvalorado en todas las propuestas Electorales sobre la ciudad de Santander. Propuestas muy generales o centradas en la infraestructura física que dejan la cultura sin un marco político claro de desarrollo. También hay una confusión entre cultura, educación y memoria histórica e, incluso, confusión entre ‘festivales’ musicales que contienen cultura y el propio festival como actividad económica turística y de masas. Todo lo que contienen los programas electorales de los partidos que aspiran al Ayuntamiento de Santander se condensan en seis tristes páginas en las que no hay políticas culturales, sino medidas puntuales, aisladas, estériles al fin…

Por eso, dentro del marco del debate público sobre el sector de la cultura en Santander convocado dentro del proceso Lectocracia, el colectivo La Vorágine ha querido compartir algunas de sus ideas al respecto que apuntan al fortalecimiento del contrapoder para tener una sociedad organizada, participante y autoorganizada que fomente una cultura crítica, descentralizada y participada.

Con ese enfoque, estos son los puntos que nos gustaría potenciar para que en Santander la Cultura pinte algo:

 

  • Bien común: la cultura es uno de los bienes comunes de las personas. Eso significa que, como en otros bienes clave, se difumina la frontera público/privado. Las personas deben participar en la gestión de todos los bienes y proyectos culturales como parte de un proceso de democratización inaplazable (Comités de Cogestión del Común en todos los proyectos culturales de interés público).
  • Sacar la cultura de la ‘industria’: hay una tendencia a encuadrar la gestión de la cultura y, por tanto, los apoyos a la misma, dentro del área económica, enfocando la cultura ‘rentable’ dentro de las mal llamadas ‘industrias culturales’. La profesionalización del sector cultural debe correr de forma paralela al estímulo de la producción y difusión cultural no profesional. En ese sentido, la ley de los tres tercios sería fundamental para que no se produzcan los agravios comparativos actuales.
  • Financiada: la cultura no es un sector que se pueda someter o hacer depender de criterios de mercado. Por tanto, la cultura no puede ser ‘rentable’ desde la óptica capitalista, sino que debe ser financiada con los impuestos de las ciudadanas y ciudadanos que son luego co-participantes de los hechos culturales. Se debe avanzar hacia una legislación que elimine el concepto ‘subvención’ para caminar hacia la financiación en una lógica de tres tercios: la cultura pública (institucional), la cultura comunitaria (sin ánimo de lucro económico) y la cultura privada (las denominadas como industrias culturales). No puede haber el desbalance que hoy vivimos entre estas tres patas de la cultural.
  • Cultura descentralizada y ciudadanía participante: la cultura no puede ser vista exclusivamente como un bien que atrae turistas o como una disculpa para ‘dinamizar’ el centro visible de la ciudad. La gestión y la financiación cultural debe estar descentralizada geográfica y conceptualmente hablando. Tampoco se debe potenciar el modelo actual que parte de dos hechos:
    • Las megainfraestructuras culturales: que elitizan y sitúan a la cultura en el ‘afuera’ del cotidiano.
    • La programación para ‘espectadores’: con élites técnicas que programan y una ciudadanía convertida en objeto de esa programación, en espectadores que ‘reciben’ pero que no participan ni crean.
  • Cultura no (siempre) es espectáculo: hay una confusión entre cultura y espectáculos relacionados con fiestas, megaeventos, etcétera. Es evidente que la desproporción en los esfuerzos y la financiación que se dedica a los megaeventos (conciertos, megainstalaciones, etc…) y lo que se dedica a la cultura del común es abismal. Esa brecha debe reducirse.
  • Instalaciones culturales del común: las infraestructuras culturales de la ciudad deben considerarse instalaciones del común. Es decir, no puede haber infraestructuras de primera clase (Palacio de Festivales, MAS, Universidad, etc…), de segunda clase (centros cívicos, bibliotecas), y de tercera (el resto). Hay que tener una cartografía de espacios y hacerlos accesibles a las personas y colectivos que crean desde abajo. Hay que eliminar las tasas encubiertas (seguridad, limpieza, etcétera) cuando se trata de agrupaciones culturales sin ánimo de lucro económico.
  • Potenciar la figura del prosumidor cultural: el ciudadano no puede reducirse a un ‘consumidor’ de cultura. Necesitamos personas que producen hechos culturales en sus barrios, en sus colectivos y en sus entornos cercanos y que, luego, pueden compartirlo en otros entorno. Para eso, necesitamos un programa de formación-provocación intenso que llegue a los barrios y que genere una red de creación popular que genere intercambios entre diversos actores culturales urbanos.
  • El baremo no es la cantidad: hay una sobrevaloración del número de participantes que hace que ese sea el principal baremo del éxito de los hechos culturales. Consideramos que la calidad, la incidencia social, y la promoción de la autonomía cultural son otros elementos tan o más importantes que el numérico.

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