La anatomía silenciada del COVID-19
Maria Paula Meneses
Investigadora Coordinadora
Vice-Presidenta del Consejo Científico del CES
Centro de Estudios Sociales (CES) – Universidad de Coímbra
El COVID-19 en números
El nuevo coronavirus ha sido declarado oficialmente por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una pandemia mundial; hasta ahora, ha infectado a 10 veces más personas que el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo, causado por un virus relacionado con el nuevo coronavirus). COVID-19 es un síndrome respiratorio altamente contagioso y potencialmente mortal, como se están dando cuenta los medios por todo el mundo. Hasta el momento (18 de marzo), hay algo más de 8.000 muertos y un poco más de 200.000 casos de contaminación identificados. China sigue siendo el país con el mayor número de muertes, a pesar de que el foco actual de propagación es principalmente Europa occidental.
Mientras escribo este texto sigo recibiendo información sobre la propagación de COVID-19 por todo el continente africano. Si hace un par de semanas varios periódicos se preguntaban el porqué de los pocos casos de infecciones producidas por el nuevo coronavirus, la realidad actual es bastante diferente: en África se diagnostican más de 500 casos de COVID-19 en más de la mitad de los países del continente, contándose ya varios muertos. Entre los países más afectados se encuentran Egipto, Argelia, Sudáfrica, Senegal y Marruecos
La cadena de transmisión de la mayoría de los más de 60 casos de coronavirus identificados en Sudáfrica, en Eswatini y en Tanzania, países vecinos de Mozambique, comenzó principalmente en contexto europeo: Italia, España, Austria, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Francia y Suiza; otros focos de contagio son Brasil, Estados Unidos e Irán (aunque ya se han identificado cadenas de transmisión locales).
COVID-19 en África: los orígenes de las cadenas de contaminación
Hay varias hipótesis presentadas para explicar la demora en la llegada de COVID-19 al continente africano. En primer lugar, las condiciones ambientales. Aparentemente, al coronavirus no le gusta el calor. Este factor, asociado con la presencia de una población mayoritariamente joven en el continente, ayuda a explicar la tasa aún baja de infección por coronavirus, aunque otros plantean dudas sobre la veracidad de las tasas de detección. A pesar de que China, donde comenzó la pandemia, es el principal asociado comercial de África… ¿cómo se pueden explicar las bajas tasas de contagio desde Asia? ¿Podrían haber sido las cuarentenas a las que los ciudadanos de China han estado sujetos una de las razones para limitar la propagación del virus a los países africanos? Estos datos son sorprendentes, ya que el continente africano es, como regla general, percibido por el Norte global como un espacio de problemas. Los ‘países de mierda’ (shitholes) es decir, los países africanos, para usar la designación del presidente estadounidense, muestran una jerarquía racializada sobre el valor de los países africanos y sus habitantes. Sin embargo, un análisis de la anatomía de esta pandemia nos ofrece otra imagen.
El número de europeos diagnosticados en África con coronavirus es la fuente de un debate sobre la ‘seguridad’ del continente. Recientemente, un periódico senegalés incluso bromeó diciendo que Francia planeaba ‘coronizar’ su antigua colonia, después de que dos ciudadanos franceses, que acababan de regresar a Senegal, fueran diagnosticados con COVID-19. En el caso de Nigeria, la primera persona con un diagnóstico positivo fue un ciudadano italiano que regresó a trabajar después de pasar unas vacaciones en su país. Actualmente, Italia, España y Francia se encuentran entre los países con el mayor número de personas infectadas.
Las dificultades que enfrentan los africanos para ingresar a Europa ayudan también a explicar la llegada tardía del virus a través del vector Europa. Sin embargo, como las medidas preventivas iniciales contra la transmisión del coronavirus se centraron en reducir (o incluso cancelar) los viajes, especialmente hacia y desde China, la situación actual sugiere que los vínculos entre África y Europa son un foco de vulnerabilidad para el continente africano.
Entre las medidas drásticas que se están poniendo en marcha en varios países africanos para contener la pandemia, además de la implementación de sistemas nacionales para monitorear a las personas infectadas y a todas las personas con quienes han estado en contacto, está la limitación draconiana de viajar sea al extranjero o sea internamente; el cierre de fronteras; la prohibición de reuniones; la cancelación de celebraciones públicas; el cierre inmediato de escuelas y universidades; la intensificación del control de higiene y campañas masivas de información sobre los riesgos de COVID-19, tratando de disipar mitos, etcétera (https://www.africanews.com/2020/03/17/coronavirus-south-africa-confirms-first-case/). En resumen, la pandemia nos muestra que el enemigo, el virus, salta distancias y transpone fronteras, especialmente ahora, ya que el tráfico aéreo de pasajeros hasta África casi se ha duplicado en la última década.
África es parte de la economía global, vinculada al mundo de muchas maneras. Los viajes aéreos y las redes comerciales propagan virus de forma rápida y silenciosa. Poner en marcha las prohibiciones de viajar significa colocar en peligro posibilidades de negocios, la inversión y las oportunidades de turismo, una fuente importante de ingresos en el continente africano. Pero viajar es particularmente peligroso cuando, como en el caso del coronavirus, todavía no hay vacunas.
Con la pandemia todavía en el inicio, es difícil anticipar el verdadero impacto de COVID-19 en África. ¿Qué escenario nos espera?
Varias acciones están en marcha. Los gobiernos nacionales, con el apoyo de la OMS y otras agencias internacionales, han fortalecido tanto la capacidad de los países africanos para detectar el virus como la capacitación de profesionales de salud para atender a las personas infectadas.
La anatomía de la salud pública
La presente pandemia expone la anatomía de los dilemas de salud pública y justicia social que enfrentan los países en desarrollo. El COVID-19 plantea numerosos problemas a los gobiernos africanos y sus autoridades sanitarias. Es importante contener la propagación de este nuevo virus en un continente que tiene cerca de 1.300 millones de personas (en su mayoría jóvenes; el 60% de la población africana tiene menos de 25 años). Con la propagación de la enfermedad a todo el continente, la consecuencia de esta pandemia en países con sistemas de salud frágiles será un desastre a gran escala. Y se deben tener en cuenta varias realidades contextuales.
El intenso fenómeno de la urbanización en África ha transformado las ciudades en barrios densamente poblados y, a menudo, con pocas infraestructuras. Los gobiernos y las organizaciones han estado pidiendo a las personas que mantengan la distancia social necesaria para ayudar a reducir la tasa de infección por el COVID-19, pero ¿cómo aplicar esta distancia cuando, por ejemplo, los mercados informales y el comercio puerta a puerta son una de las principales fuentes de ingresos familiares?, ¿cómo evitar el transporte masificado en contextos donde los servicios de transporte público en sí mismos son insuficientes?
Uno de los consejos de la OMS y del Ministerio de Salud de Mozambique es importante: lávese las manos regularmente, ya que el agua y el jabón son excelentes para combatir los virus. Sin embargo, muchas de las viviendas en barrios populares aún no tienen agua corriente. Solo el 49% de la población mozambiqueña tiene acceso al agua potable, siendo las zonas urbanas las más favorecidas, con el 80% de acceso. La sequía y las precipitaciones irregulares empeoran esta situación en la región austral del continente. Esto lleva al suministro del preciado líquido con restricciones, en Mozambique particularmente en las ciudades de Maputo, Matola y Boane (en total, estas ciudades corresponden a más de 4 millones de habitantes) o, en Sudáfrica, en Johannesburgo y otras ciudades. En Sudáfrica, las dificultades de acceso al agua son similares: solo el 46% de las personas tienen acceso al agua potable en sus domicilios (el 89% de los sudafricanos tienen acceso al agua potable).
La llegada de COVID-19 a Mozambique, como en otros contextos africanos, se ve facilitada por el contexto altamente desigual heredado de la relación colonial-capitalista (Mozambique obtuvo su independencia en 1975). La destrucción de los hábitats originarios, la agricultura comercial a gran escala, la rápida urbanización y el debilitamiento de las redes de seguridad social, crean condiciones para la existencia de barrios densamente poblados, con consecuencias dramáticas ante las epidemias. La incapacidad del Estado de Mozambique para satisfacer las necesidades urgentes y básicas de sus ciudadanos casi medio siglo después de la independencia nos pone a todos en riesgo. No olvidemos, por ejemplo, que la presencia de varios millones de mozambiqueños VIH positivos provoca que una parte importante de la población tenga un sistema inmune débil, lo que facilita la rápida propagación de COVID-19. La situación es urgente y muestra la anatomía de nuestras vulnerabilidades. Estudiarlas es comprender la estructura de la sociedad, las prioridades políticas, recordándonos que, a pesar de las desigualdades que caracterizan a nuestros países, nuestras vidas y nuestro futuro están entrelazados y son parte del mundo.
Aprendiendo del Sur global
Europa no está logrando sofocar la pandemia. Aprender de otras experiencias es importante. Una de las lecciones de Asia (China, Corea del Sur) tiene que ver con la detección rápida de pacientes infectados y, sobre todo, las analíticas gratuitas. En China, el tratamiento también es gratuito. Una pandemia no es sofocada por los sistemas privados de salud, que acentúan las desigualdades sociales. Si los nuevos medicamentos solo están disponibles para aquellos que pueden comprarlos y se transforman en mercancías para obtener ganancias, el sistema de salud generará más desequilibrios sociales. La presencia del Estado, a través de programas de apoyo y promoción de la salud pública, posibilita que todos los ciudadanos, sin diferencia de ingresos, puedan ir a los centros de salud en busca de apoyo. Estas son las lecciones de varias epidemias que han marcado el continente africano en las últimas décadas (por ejemplo, cólera o Ébola).
De hecho, las consecuencias de epidemias y pandemias recientes (por ejemplo, el SARS, el H1N1 o el Ébola, este último con una tasa de mortalidad del 50%) que marcaron el continente resaltaron la importancia de la red de salud pública, incluidos los sistemas de vigilancia de enfermedades y redes de laboratorios, así como la capacitación de personal (por ejemplo, capacitación en vigilancia, respuesta a epidemias y pruebas de diagnóstico).
Como varios médicos y epidemiólogos africanos han estado reafirmando, es importante utilizar las lecciones del Ébola para aplacar la pandemia de coronavirus. Esto significa seguir todos los métodos de prevención: evitar el contacto social directo; lavarse las manos; evitar lugares públicos. Otra de las medidas tomadas que ayudaron a salvar vidas fue la zonificación de los espacios hospitalarios, con pacientes con Ébola aislados en áreas de alto riesgo. La prevención y el control, con el apoyo de las comunidades, parecen ser las acciones clave de la experiencia exitosa en la superación de un virus tan contagioso y letal como el Ébola. Otro factor importante es la colaboración solidaria de médicos/as y enfermeros/as. Estos equipos (incluso oriundos de Sudáfrica, Cuba, China, etcétera) contribuyeron conjuntamente, con su conocimiento, experiencia y dedicación, a dominar la pandemia. Pero el elemento humano no debe ser descuidado. Crear confianza en la comunidad es fundamental para el éxito de cualquier programa de salud pública. Esto incluye desafiar noticias falsas y rumores. Significa trabajar horizontalmente con las personas y convencer a los liderazgos locales para colaborar en la difusión de información vital. Crear vínculos de confianza lleva tiempo, por lo que, si queremos evitar la propagación del coronavirus, es esencial trabajar de inmediato. La salud pública es una relación de confianza donde los pacientes son seres humanos, con familias que se preocupan por ellos. Y que las familias necesitan saber qué sucede con sus pacientes, de manera transparente, amigable y abierta. Es una salud pública humana, de proximidad.
Más allá de los impactos de las herencias capitalistas coloniales
Es importante tratar de comprender estas epidemias, en cada caso, basándose en un análisis cuidadoso de la relación entre la naturaleza y la sociedad. La agricultura industrial está invadiendo los hábitats de animales que son anfitriones naturales de agentes infecciosos, como murciélagos, civetas y pangolines, por ejemplo. Y la llegada de la agricultura intensiva ha llevado a muchos campesinos a perder el acceso a la tierra, empujándolos al borde de las ciudades.
Muchas de las propuestas actuales de cambio político en la salud buscan aplicar en muchos países africanos un sistema de salud liberalizado (o sea, con medicina de primera y segunda calidad). Esto pasa en Mozambique, donde existen servicios de salud privada costosos y hospitales públicos con fondos insuficientes. Esta apuesta no es adecuada para enfrentar los riesgos de las epidemias que siguen apareciendo. Los virus no se ajustan a las asimetrías sociales. Si no nos cuidamos el uno al otro, ninguno de nosotros/as será atendido/a. Cuando lleguen las pandemias, como fue el caso del Ébola, el sarampión en 2019 o ahora el COVID-19, todos potencialmente tendremos que enfrentar el mismo riesgo, incluso aquellos que tienen acceso a atención médica privada.
La pandemia del coronavirus puede ser una oportunidad histórica para que los gobiernos africanos (y no solo) aprueben reformas para repensar las opciones económicas, abordar las amenazas ambientales urgentes, y garantizar la salud y el bienestar como un bien público y no como una oportunidad para obtener ganancias. Necesitamos transparencia, un uso democrático del conocimiento sobre enfermedades, comunicación abierta y diálogo con las personas y no sobre las personas.
Enfrentar una epidemia requiere un trabajo conjunto, requiere una acción global oportuna que proteja a todas las personas. Un análisis cuidadoso de cada situación y la difusión de noticias y experiencias exitosas son actos de solidaridad, de co-construcción de conocimiento sobre el ciclo de cualquier epidemia. Como revelan los medios de comunicación, esta pandemia ha perturbado las economías, promueve la estigmatización de individuos, grupos, comportamientos y estilos de vida. Nuestra solidaridad con la población italiana y china, víctimas del racismo y la xenofobia, es total.
Los virus se mueven rápidamente, cruzan fronteras sin ser detectados. El coronavirus es una crisis global que plantea un desafío a la escala de nuestra humanidad. Enfrentar esta pandemia requiere que nos unamos, aprendiendo unos de otros en solidaridad. Si hay algo que aprendemos del Ébola es que es importante luchar por la atención de salud pública universal para garantizar que el poder del conocimiento médico contemporáneo se utilice en beneficio de todos y todas, y no solo de algunos. Si algo aprendemos ahora de europeos y asiáticos es que no se puede seguir presentando una imagen de África como si fueran cuerpos sin vida y sin acción. Esta pandemia nos apunta la sensibilidad de garantizar el derecho al dolor, en privado. Así vamos identificando lo qué está mal en nuestro tiempo colonial-capitalista y qué alternativas se deben estimular para sembrar un futuro para todos. No es el virus lo que está en juego, somos nosotros, la humanidad.
Las lecciones del Sur existen para que las usemos, y no podemos desperdiciar la experiencia.