Es difícil digerir lo que ocurre con la cultura en Cantabria. Este sector, el cultural, está siempre en boca de todos y en la responsabilidad de nadie. Es, como en el resto del Estado, un bien transaccional, una industria sin maquinaria, una maquinaria sin alma, una expresión performática y mercantilizada que ha perdido su esencia. Como diría César Rendueles lo que los políticos y las asociaciones gremiales denominan con el genérico título de “industrias culturales” no son más que industrias del entretenimiento. O, más a profundidad, Leonardo da Jandra nos recuerda que “la cultura hoy no es más que una ramificación del poder en pro de la barbarie consumista”. Quizá pedimos lo imposible: desmercantilizar la cultura para convertirla en un derecho fundamental –el derecho a producirla, a divulgarla y a gozarla (no a consumirla)-, en un bien común que todas gestionemos pero que necesita de la financiación público porque para sacar a la cultura de la ecuación consumista hay que liberarla de los bárbaros condicionamientos del mercado y sus pleitesías.
Es difícil digerir que la Consejería del Gobierno encargada de la Cultura (ese cajón desastre de la dominación/socialización donde también caben la Educación, el Deporte, la Cooperación o la Juventud) haya anunciado sus subvenciones a las actividades culturales de las asociaciones sin ánimo de lucro (es pecado en este mundo renunciar a ese ánimo) y descubramos que, mientras se debate salvar a un equipo de fútbol con 4 millones de euros o se engorda la decadente plaza de toros con 1,2 millones, se destinen 55.000 euros a todo el tejido asociativo de la comunidad autónoma. Se destina esa migaja y se destina mal y tarde. La resolución de la Consejería se conoce a finales de octubre para proyectos que deben estar ejecutados antes del 31 de diciembre y a los que reparte cantidades irrisorias para aparentar “distribución” cuando lo que hace es generar “dependencia mendicante”.
La Asociación Cultural La Vorágine Crítica, después de haber discutido mucho sobre la conveniencia o no de solicitar fondos públicos, había solicitado una subvención legítima (que no ayuda, que no regalo, que no dádiva del poder) para el llevar el proceso de La Surada Poética a varios municipios cántabros, que este año cuesta algo más de 13.000 euros (de los que 6.000 euros son financiados por la Fundación Santander Creativa). Este mismo viernes 28 de octubre radicamos un escrito en la Consejería renunciando a lo concedido (771,39 euros) y queremos compartir las razones de esta decisión tal y como se lo hemos expresado a la Consejería:
- “Rechazamos esta subvención por responsabilidad con Cantabria, sus municipios y sus gentes. No es de recibo que una Consejería de Cultura considere que con 771,39 euros se puede desarrollar un proyecto serio y profesional.
- Nos parece inaceptable que la política pública de subvenciones obligue a las asociaciones a presentar dispendiosos proyectos que deben ser ejecutados antes del 31 de diciembre de 2016 y que a finales de octubre de este mismo año informen a esta asociación que subvencionan con esa pírrica cantidad un proyecto que lleva en producción desde abril y en ejecución desde septiembre. Sólo la elaboración y el cumplimiento de todas las exigencias y adendas de información solicitadas por la Consejería han costado, en horas de trabajo, más de esos 771,39 euros.
- Nos parece una falta de respeto que, a esta fecha, informen de la posibilidad de subvencionar un 17% de la cantidad solicitada, que ya de por sí, sólo suponía un 33% del costo total del proyecto.
- Nos parece una falta de respeto al sector de las asociaciones sin ánimo de lucro esta distribución de migajas para fingir un apoyo al tejido asociativo que lo condena a la condición de mendicante.
- No podemos llevar la cultura organizada y de calidad a los municipios de Cantabria con una política desde la Consejería que no busca la promoción cultural, sino la repartición de la nada”.
La caridad cultural del Gobierno de Cantabria –que no nos parece casual, sino fruto de una visión política clientelar, inmediatista y profundamente inculta– no es el único problema al que nos enfrentamos en la Comunidad Autónoma. Asistimos con estupor a las batallas del alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, con sus mentores, con sus socios de la bien publicitada “colaboración público-privada”. La más llamativa es la abierta con la Fundación Botín, que reduce a la mínima expresión su aporte a la Fundación Santander Creativa. La alcaldía hizo privado lo que es común, lo que debería estar en el ámbito público, y optó por un modelo de dependencia respecto a una institución bancaria cuyo interés por la cultura puede estar cerca del marketing o de la manipulación de las mentes sumisas, pero sus aportes a la Fundación o a otros proyectos de la ciudad no responde a una pulsión altruista o a un compromiso con el común. De la Serna comprueba ahora las consecuencias de haber renunciado a la cultura y quien lo pagará caro será la ciudad de Santander. También tiene otra batalla abierta con la Sociedad Meléndez Pelayo y con la Fundación Gerardo Diego. Lo privado sostenido con fondos públicos pero no fiscalizado, las decisiones arbitrarias de uno y otro lado. La cultura encerrada en palacios al margen de la ciudadanía. Transacciones de vieja data, compromisos de esa élite política y cultural que hace demasiado tiempo que ha cooptado la gestión de la “gran cultura” en Santander.
Cuando no hay políticas públicas consensuadas y trabajadas con la sociedad civil se produce el ejercicio del poder ciego. Ese poder, con grandes fastos y espectáculos de “entretenimiento” (ya saben que las fiestas son el rubro que más se lleva del presupuesto de cultura) logra mantener a las masas embobadas con fuegos de artificio vacuos y costosos. Pero, la triste realidad, es que un pueblo que no apuesta por la cultura es un pueblo sin futuro y un pueblo que olvida su pasado.
En eso estamos, olvidando lo que somos y renunciando a lo que podemos ser. No todo es responsabilidad de las administraciones. El autodenominado como tejido cultural, del que se supone que somos parte, también tiene buena parte de responsabilidad. Calados, esperando el turno del beneficiado, mendigando cuatro euros por acá, seis euros por allá, aliándose en pequeñas mafias que se alimentan más de ego que de presupuestos, programando y realizando a sabiendas actividades inútiles (desde el punto de vista cultural y social) porque traen otro tipo de beneficios. Nos tendremos que mirar todas al espejo para salir de este espejismo. Tendremos que ponernos a trabajar para salir del espacio transaccional y construir el territorio común de la cultura. Manos a la obra.