Diana Saavedra. Cronista voraz
Cuatro mujeres sentadas a la mesa discurren en torno a una audiencia que es mayoritariamente femenina. Vienen a decirnos que la precarización laboral tiene rostro de mujer. La frase la confirman las cifras que miden los salarios de unas y de otros. Patricia preside la mesa y nos informa que aunque España tiene una brecha salarial del 15 %, en Cantabria esa brecha crece al 35 %. Por eso hoy “La Vorágine” invita a que Nancy Verástegui, empleada doméstica, Conchi Lastra, auxiliar de ayuda a domicilio y Ana Teruel, empleada de la Gallofa, nos recuerden por qué “el ir a huelga supone un privilegio”.
Nancy es la primera en hablar. Es empleada de hogar. Lleva aproximadamente una década siéndolo y agradece que siempre ha encontrado familias que la trataron bien. Los oyentes murmuran. Hay quien dice que es lo justo, que no hay que agradecerlo. Pero a veces pareciera que en medio de la carencia y del abuso, hubiera que agradecer lo poco, hasta lo mínimo.
Sin embargo agrega “Nunca me he planteado irme a una huelga. El paro y la huelga, pensaba, es para esas personas que trabajan en la fábrica”. Como ella varias más, porque las trabajadoras domésticas no tienen sindicatos y a veces tampoco igualdad de derechos.
Que una cosa es el derecho escrito en un papel y otra el derecho real lo tenemos claro, porque sus voces y sus cuerpos nos hacen constatarlo. Conchi expresa con prisa e indignación la paradoja del derecho. Ella brinda asistencia a personas dependientes a domicilio. Las usuarias son en su mayoría, mujeres. Ese servicio, aunque es un derecho para quien lo solicita, implica unos contratos laborales cada vez peores, a tiempo parcial, con supresión de derechos y amenazas de despido para quien brinda la asistencia. Si eso ya suena mal nos falta saber que lo hacen con su propio coche, con la gasolina que ellas mismas pagan y con el constante reclamo de que deben horas a la empresa.
Conchi enumera rápidamente los detalles de ese abuso del derecho, con prisa, pero también con cansancio de invertir tiempo, energía, músculo, espíritu y gasolina en el cuidado de otro. Más exactamente “otra”. Otra que es importante, que lo merece, y que quizá no tiene a nadie. ¿Pero quién decide cuál de las dos es más importante? ¿Quién decide que son las mujeres las que tienen que dar siempre? ¿Quién decide que los empleos del hogar, de cuidado, de asistencia, de educación, de dependienta sean empleos para mujeres?
Ana, quien es dependienta de La Gallofa, recientemente reincorporada desde que legalmente se anulara el despido que sufrió meses atrás, afirma cuando le preguntan sobre las condiciones laborales de sus compañeros: “Dependientes hombres no existen. Ejecutivos hombres sí.”
La indignación se comparte y la confusión también. Las voces de los escuchas que están ahí para dialogar y volverse interlocutores, preguntan: ¿Cuál es el problema?, ¿La culpa es de los sindicatos? Hay quienes responden: “El sistema es el problema” o “Es que el gobierno no es mujer”.
Esa red de preguntas que se agita, que busca respuestas, que tiene dudas, que quiere nombrar la realidad para re-habitarla, que quiere deconstruir para re-integrar, se teje hoy en la víspera de la huelga del 8 de marzo, donde lo único que está claro son las palabras de Ana y de Patricia, que suscribimos muchxs de lxs presentes:
“Yo voy a seguir luchando. Da igual. No me van a callar Voy a seguir viniendo aquí”
“Mañana vamos a tejer una gran tela de araña morada contra el capital”.