Con este lema se manifestaron la semana pasada las disidencias sexuales y de género en Ecuador. Y no solo apuntaban hacía sus propios derechos individuales (o como colectivo) sino que querían ocupar las calles y comunicados con los problemas que devenían de tener gobiernos neoliberales o conservadores y las políticas de los organismos económicos internacionales. Hablaban de su oposición a la minería, al extractivismo o a las formas diversas de destrucción de la naturaleza, consecuencia directa del capitalismo, de las políticas coloniales y de nuestro consumo. Se manifestaban contra los genocidios del Congo o de Palestina aunque a simple vista no se vea la relación entre una persona trans manifestándose en Quito con la niña asesinada ayer (porque seguro que la hubo), en un refugio improvisado en Gaza.
¿Qué tiene que ver esto con el premio Aleguita que se nos otorga este año? Todo.
Comprender que las luchas deben ser interseccionales es la razón de ser de un espacio como La Vorágine. Existir físicamente en un lugar concreto, en una ciudad concreta, es gracias a un cimientos flexibles, que se construyen y destruyen diariamente. Podríamos haber llegado blancas, heteronormativas, más o menos acomodadas o un poco clase trabajadora, y habernos quedado ahí. Manteniendo privilegios o fingiendo que nos removemos un poco en la lucha de clases o lo feminista. Pero nos saltaron a la cara todas aquellas que nos han atravesado en lo político o en lo personal: las lesbianas y bisexuales que politizan la amistad al extremo, que nos ayudan a pensar sobre la imposición de la estética perfecta o que escriben reportajes sobre las que nadie se dignó a ver en Centroamérica; las mujeres trans y ciegas que promulgan y enseñan Autodefensa para todas y todes o marikas caribeñas que combaten el sionismo aunque lluevan amenazas de muerte; los gais que defienden la cultura en lo rural para la convivencia intergeneracional o que se manifiestan contra la violencia de género con contundencia.
Suponemos que estas y muchísimas más serán las personas y experiencias que habrán sentido nuestros rincones de La Vora como espacios seguros, como posibilidad de ese entramado en común (aunque a veces los tiempos del capitalismo no nos dejen construir juntes). Suponemos por eso que será este premio, además de por la acogida y difusión de literatura queer. Y lo agradecemos muchísimo. Tendrá un lugar privilegiado porque lo cargaremos de sentido y de varios sentires:
- Que el poder nunca está el lado de quien disiente, así que ojalá lo institucional no nos quite lo disidente.
- Que el pinkwashing es otra de esas herramientas del poder y que Israel es un estado genocida se mire por dónde se mire.
- No puede haber vidas que importen, y vidas que no.
- Mirando a les otres, mirándonos entre nosotres ganaremos la certeza de saber que no nos odian por ser SOLO personas LGTBIQ, mujeres, migrantes o racializadas, pobres, diversas funcionales… El fascismo nos odia como conjunto, aunque nos señale por separado. Porque somos incómodas, improductivas, demandantes…
- Y sobre todo, entrelazándonos somos mucho más fuertes.
Gracias por el premio Aleguita y una alerta de vuelta: el fascismo que nos odia sabe convertirnos en pequeñes fascistas sin que, a veces, nos demos cuenta. Que las identidades nos empujen a buscar lo que nos identifique con otres nadies, que la resistencia sea cotidiana y que la búsqueda de la libertad y de la seguridad sea para nuestros cuerpos y para los de los pueblos y disidencias que están siendo masacradas en cada rincón del planeta.