No es una ola, es un sistema

En las últimas horas, algunos políticos se han aferrado a la metáfora de la ola para explicar el triunfo electoral de la derecha neoliberal ultraconservadora y la ultraderecha neoliberal nacionalcatólica. No es una ola, es el ritmo razonable de un sistema capitalista patriarcal y colonial que, en su descomposición, está logrando imponer una narrativa vengativa, nostálgica, en la que el negacionismo de la realidad es el canto que cautiva a sus propias víctimas para que legitimen el régimen de violencia.

Desde La Vorágine llevamos años alertando de que el fascismo de baja intensidad vive un momento de hegemonía que viene construyéndose con sistematicidad desde los años setenta del pasado siglo. La socialdemocracia, aliada con las supuestas izquierdas, pueden aparecer en momentos determinados, pero al no alterar el régimen de violencia y exclusiones, al avalar el sistema de fronterización y de exclusión por inclusión de grandes sectores de la población, sólo alimenta a la bestia a la espera de su nueva arremetida.

Ya llegó.

Lo que ha pasado en el Estado no es una anécdota y ha necesitado de muchos ingredientes para acontecer. Un sistema electoral tramposo que no entrega escaños ni concejalías de forma proporcional, un ecosistema mediático en manos de los poderes más reaccionarios de los territorios, un individualismo extremo en el que la política mercantilizada encuentra un espacio de transacción, unas izquierdas divididas empeñadas en dictar cátedra desde los púlpitos de las vanguardias y desconectada de los dolores cotidianos de las vidas precarizadas, y una narrativa apocalíptica que en lugar de generar entusiasmo en busca de nuevos horizontes es el caldo de cultivo para los discursos de ultraderecha cargados de presentismo y rabia.

Pues ya está- ¿Y ahora qué?

Pues a seguir resistiendo, amigas… no queda más. Las que sabemos que el problema es el sistema, no las elecciones o los partidos, nos agobiamos lo justo —aunque nos agobiamos— y animamos a articular respuestas a diferentes ritmos.

Las urgentes tienen que ver con los cuidados, con cuidarnos. Desde ya seguimos ofreciendo el espacio de La Vorágine como un espacio amable, abierto a las diversidades, respetuoso con los diferentes anhelos siempre que estos sean humanizantes, sean los de la vida y no los de la muerte y la destrucción. Hacen falta todos los espacios de cuidados posibles para que todas y todos encontremos refugio en tiempos en los que los discursos del enemigo interior —las mujeres feministas, las personas y los cuerpos disidentes, etcétera— y del enemigo migrante van a repuntar.

Por otro lado, tenemos tareas de largo plazo. Nos toca sembrar lo colectivo, abonar las iniciativas del común, seguir tejiendo nuevas experiencias al margen de la institucionalidad en la que —por si no os habíais dado cuenta— no hay nada que hacer.

No vamos a entregarles nuestras vidas, tampoco les vamos a regalar la frustración de nuestros sueños. Nos mueven las utopías y esas no podrán ser pasto de su furia electoral.

Mientras —y siempre— lecturas para entender la psicología de masas de estos nuevos fascismos, espacios de lectura común para saber identificar el rumbo de estos populismos de ultraderecha de moda a escala planetaria, ensayos para que cada vez más gente del común abra los ojos y salga de la trampa de las coyunturas.

No es una ola, es un océano en el que deberemos aprender a nadar y a apoyarnos mutuamente para no sucumbir al cansancio o al hastío, para no tragar más agua de la necesaria y para otear la costa de esos archipiélagos que, vistos desde demasiado cerca, parecen islotes aislados.

Aquí nos tenéis. Ahí os tenemos.

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