Este sábado (a las 19:30 en La Vorágine) vas a poder conocer a Pedro Sáez Serrano en la penúltima cita de La Surada Poética 2019. Un activista de los que sin ruido hace estruendo y un poeta de los que encaramado en la montaña nos hace pisar las calles y revolver el alma. Pedro nació en Colado Villalba (Madrid) y estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense. Ha trabajado de casi todo y ahora es guía de montaña en diversas cordilleras europeas y es promotor de los encuentros literarios de Peña Pintada, en Cercedilla, sí como miembro del colectivo literario La carpintería. Escribe también narrativa y crítica literaria en medios alternativos y, en los resquicios de la vida, ha sido y es activo y activista en diferentes trincheras, desde la insumisión a los movimientos sociales en Lavapiés o con Ecologistas en Acción en la Sierra de Guadarrama.
En 2018 publicó su primer y punzante poemario: Las dudas del francotirador (Calumnia Ediciones).
Las dudas del francotirador es un libro tardío, compuesto a lo largo de muchos domingos (o sus análogos) en los que el ritmo de vida pedía más, pero más lento. Pedro Sáenz escribe, entre otras muchas cosas, y son más bien estas cosas las que protagonizan el libro, algunas clásicas: las emociones, pasiones, reflexiones que acompañan el tiempo de vida, pero otras muy insertas en el imaginario de cierta generación que conoció que la muerte y la estupidez eran capaces de sobrevivir y resurgir en cualquier situación, en cualquier territorio.
Yugoslavia es en buena medida el símbolo de esa generación, hoy cincuentona, y se asienta en el libro hasta tal punto que ocupa parte de su título. En el libro hay amor, claro, a muchas cosas, personas, espacios, paisajes y otros seres vivos o que merecerían serlo. En el libro hay juegos, porque el lenguaje es un juego que todo el mundo juega, y hay experiencias, reconocibles, porque nadie es capaz de negar la experiencia del otro, de los otros. Es decir, es un libro de poesía, y a ratos se lee como una crónica, porque la vida, fragmentada también en poemas, siempre forma un relato colectivo, compartido y, en sus mejores formas, insumiso.
Rafael Reig, prologuista del libro, lo resume con perspicacia: “Una épica para recitar en la cama y una lírica para gritar en las manifestaciones”.
Os regalamos de aperitivo un par de poemas suyos… no te pierdas la próxima cita de La Surada.
YUGOSLAVIA
Yo quería ser yugoslavo
igual que Mirza Delibasic,
y jugar al baloncesto al estilo de Ljubliana,
es decir,
con elegancia, sagacidad y precisión;
y tener una novia eslava,
vestida de konsomolski los sábados por la tarde,
justo antes de ir cenar borsch y vino de Primorska;
y ser independiente de Moscú,
y ganar muchas medallas de oro y plata
sin aparente esfuerzo.
Yo quería ser uno de esos tipos que les robaron a los yankis
sus juegos patrimoniales,
la llama y la elocuencia del básket posmoderno.
Sí, yo quería ser yugoslavo,
y durante mucho tiempo mantuve viva esa ilusión precisa,
hasta los veintrés años exactamente,
en que me la arrancaron a base de muerte y estupidez rampante
y me dejaron huérfano y helado contra los muros del fango.
Durante muchas noches pobló mis pesadillas una imagen elocuente:
chetniks en el bosque, hay chetniks en el bosque.
Pero aunque ya no quiero ser yugoslavo
(ya no quiero ser nada)
sí quiero ser como Mirza Delibasic,
porque él nunca abandonó la ciudad de Sarajevo,
aunque bien pudo hacerlo
pues estaba enfermo y sus amigos españoles no dejaron
ni un día de llamarle,
nunca abandonó a sus hermanos martirizados.
Yo quiero ser como él:
lanzar a canasta desde un silla de ruedas,
lanzar a canasta desde una tarde de la infancia,
en un solar donde crecen amapolas,
mientras la ciudad se derrumba a nuestro lado
como una niña invencible.
BALANCE
He perdido todas las batallas en que he
participado.
Todas menos una:
la de no resignarme.