Taparse la nariz para votar

Esta sociedad del hastío es perezosa. Así que denominamos con un ‘23J’ el complejo show de las elecciones aparentemente democráticas en las que un voto no es un voto y un programa electoral es un spot de televisión. También somos perezosos a la hora de girar el cuello, de mirar hacia atrás, o de levantar las alfombras del sistema para (re)descubrir que debajo, siempre, han estado los mismos: hombres blancos beneficiarios y herederos del legado monárquico que construyó el dictador Francisco Franco con la ayuda de sus ideólogos del Opus Dei -la Santa Mafia, en palabras de Jesús Ynfante- y de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNdP) -que sigue existiendo pero ya no se declara ‘nacional’-.

Esos hombres blancos -y las Mujeres Función Hombre (MFH) que los acompañan; y los Negros Función Blanco (NFB); y los Pobres Función Sistema (PFS)- siguen donde siempre estuvieron: imponiendo una mirada totalitaria, construyendo una cancha de juego donde ya no necesiten utilizar navajas o puños americanos, sino que les baste una cuenta de twitter y un asiento en el pleno municipal.

No es broma lo que está ocurriendo. Lo que estamos viendo en el Estado español viene de nuestro pasado y de nuestro contexto geopolítico. Una vez anuladas las amenazas que suponían utopías, sindicatos -cuando lo eran- y comunidades, la ultraderecha puede volver a pasearse sin pudor y puede imponer casi sin oposición este fascismo vengativo tan contemporáneo.

Ya no hay camisas azules ni escuadrones de matones en la madrugada, ‘sólo’ ediles, parlamentarios y propagandistas que logran que sea la mayoría de la sociedad la que insulte a una pareja de lesbianas o la que mire hacia la pantalla del televisor cuando unos cuantos cientos de negros se ahogan en los desagües de nuestra casa.

Por eso hay que votar y votar tapándose la nariz, sí, pero votar. No porque nos comamos el cuento de los que mandan desde la socialdemocracia de derechas que sufrimos desde hace demasiadas décadas o porque nos embelesen los cantos de sirenas del híperliderazgo que dice sumar, sino porque la irrupción en el poder institucional de la ultraderecha que no disimula o de la que depende del clima supondrá terribles consecuencias para las mujeres, para las personas migrantes, para las que se identifican dentro del amplio espectro LGTBIQ+, para las precarizadas, para las creadoras y gentes de la cultura… Demasiadas damnificadas en lo inmediato para ver el espectáculo patético desde la cómoda zona de la pureza ideológica.

Las que sabemos que todo esto es parte de un sistema brutal, trabajamos para cambiarlo y para sembrar otros muchos mundos posibles, pero, mientras, toca frenar a la bestia.

Porque esa bestia, la fascista, no es una troupe de cuatro personajes sacados de una película de Torrente: son un ‘ejército’ de propagandistas y ejecutores dispuestos a imponernos el miedo y la caspa. Así que… sí: a taparse la nariz para votar y a cuidarnos para poder resistir y sembrar en estos tiempos terribles de los que somos víctimas.

Y por si alguna despistada no sabe de quienes hablamos, un regalo en forma de poema de Conrado Santamaría:

Es la caspa
Es la caspa
Es la caspa.
Su caspa.

La caspa madre,
la caspa inmemorial,
la caspa apelmazada en costras
de amarillas escamas y postemas de sangre, la caspa seborreica de sagrados principios, de valores eternos,
de gloriosos
destinos,
la caspa pertinaz, la caspa negra,
la sumarísima caspa
que agarrota vilmente la frescura,
que sepulta en cunetas las ideas,
y que siembra de cal
a la esperanza.
La caspa nacional,
la caspa grande,
la caspa una,
la purísima caspa inmaculada,
la caspa escapulario de fanfarria y peineta, la caspa genuflexa, encharolada,
la sempiterna caspa chicha
de barbarie y vacío.
La caspa.
¡Sí! Es su caspa…
la caspa impenitente
que regresa del fondo cavernario
embozada de fiesta,
la caspa rediviva,
sin complejos,
con sus galas azules,
sus fatuos abalorios,
sus feroces blasones,
la caspa refractaria, alucinada,
con su tufo a podrido, con su ajuar de mortaja, con su sebo de muerte.

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