La falsa igualdad en una epidemia

La falsa igualdad en una epidemia


Céli Pinto

Profesora emérita de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), politóloga.

Artículo original publicado en Sul21 (Brasil)


La idea de que todos los seres humanos están igualmente expuestos al COVID-19 es otra construcción de un sistema que, por su naturaleza, se basa en la desigualdad. Y eso, en este momento de la historia, ha elevado la desigualdad a su máxima potencia.

Es cierto que, como Judith Butler nos enseña, los humanos (y también los no humanos) somos todos igualmente vulnerables. Para sobrevivir, necesitamos un conjunto de condiciones que nos permitan vivir una vida “habitable”, durante un período variado de tiempo, hasta nuestra muerte inexorable.

Sin embargo, esto no nos hace iguales, al contrario. Somos seres que, dentro del sistema capitalista, acentuados por el neoliberalismo fundamentalista del siglo XXI, tienen condiciones muy diferentes para la supervivencia. Varían según la clase, la raza, el género, la orientación sexual, las necesidades especiales con las que nacemos o adquirimos a lo largo de la vida, la región del mundo en que vivimos, los gobiernos nacionales bajo los cuales estamos gobernados.

El capitalismo no fue el único sistema en la historia humana que exploró la desigualdad, pero fue sin duda el que la constituyó como la base de su condición de existencia. En este contexto, las condiciones para sobrevivir a la vulnerabilidad varían radicalmente, dependiendo de las provisiones disponibles para cada grupo [social].

El liberalismo, incluso en su versión filosófica más sofisticada, se estructura en torno a una falsa igualdad, apropiada por el capitalismo de diferentes maneras a lo largo de la historia. En momentos en que los que son “menos iguales” amenazan la reproducción del sistema, la burguesía reconoce la ilusión de igualdad y proporciona condiciones para que la fuerza laboral se reproduzca, incluso de una manera muy cómoda en algunos países. El boom capitalista de la posguerra en el hemisferio norte es un buen ejemplo de esto.

Pero el neoliberalismo profundo y en crisis, en el cual nos toca vivir, refuerza la idea de igualdad para poderse librar de los “desiguales”. Y tratarlos como iguales es condenar a las personas menos iguales a vidas no vivibles. En tiempos de crisis, como una pandemia mundial, esto puede significar literalmente la muerte.

La ideología de que todos somos iguales es profundamente perversa. Si bien justifica los privilegios del 1% más rico, convence al 99% de que triunfar es una cuestión de fuerza de voluntad y de resistencia. Es interesante buscar en el diccionario la definición de resiliencia, una palabra muy popular en los medios e incluso en nuestro vocabulario cotidiano. La primera definición proviene de la física: “La propiedad de un cuerpo de recuperar su forma original después de sufrir un choque o deformación”. Hablando en sentido figurado, el diccionario también define esta palabra así: “Capacidad para superar, para recuperarse de la adversidad”.

Las definiciones son provocadoras, tanto la primera como la figurada. Si tomamos la primera y la aplicamos a los seres humanos, aparecen dos preguntas subrayadas: la experiencia, sea lo que sea, transforma a la persona humana, no hay posibilidad psíquica de volver a lo que era antes. De lo contrario, esto significa que, en términos más concretos, un niño que no tiene la comida necesaria, o un adulto que queda desempleado y no puede mantenerse a sí mismo ni a quiénes dependen de él, que comienza a vivir de la caridad o, en última instancia, debe robar para comer, no volverá a su estado inicial cuando pase el tsunami.

Sin embargo, lo que sostiene a los gobiernos injustos, lo que sostiene la sumisión al capitalismo grotesco, lo que apoya a los gobiernos elegidos de extrema derecha es la ilusión de igualdad. Cuando los gobiernos de extrema derecha son elegidos sobre la base de un discurso moralista contra la corrupción, apelan al principio de igualdad y señalan a los corruptos como los únicos privilegiados y diferentes, crean la ilusión de que todos los demás, tanto la burguesía financiera como la desempleados, son iguales, víctimas de quienes habrían violado el principio de igualdad.

En la actual, y muy grave, crisis sanitaria el principio perverso de la igualdad ha sido aún más perverso. Los medios y los políticos determinan cuarentenas, cierran miles de trabajos, repiten hasta la saciedad que nadie puede salir de la casa, que los ancianos deben quedarse en casa, lavarse las manos una y otra vez, desinfectarlas con alcohol. Ahora, las normas son para todos y, en la gran mayoría de las veces, son correctas pero terriblemente injustas porque toman lo desigual como igual. En un país con un gran contingente de personas que sobreviven en la economía informal, ¿cómo vivirán?, ¿de qué vivirán los emprendedores del igualitarismo neoliberal, desde el vendedor de caramelos en los semáforos hasta los conductores de aplicaciones (VTC), hasta un sinfín de personas? Las personas mayores de 60 años deben quedarse en casa, pero ¿cuántos cuidadores de ancianos de clase alta tienen más de 60 años?, ¿cuántas amas de casa y empleadas del hogar tienen más de 60 años?, ¿cuántas mujeres mayores de 60 años tienen guarderías informales en comunidades pobres? Todas son mujeres, todas son ancianas y, a menudo, mantienen a sus familias. ¿Cómo se quedarán en casa? Y, si quedan en casa, ¿cómo son las casas donde viven las clases bajas del país?, ¿cuántas personas habitan en cada pequeña vivienda, a menudo improvisada?, ¿hay agua corriente?, ¿hay un sistema de alcantarillado? Y el dinero para la comida, el alcohol, el jabón… ¿de dónde saldrá?

Pero todas son iguales, ya que los medios lo repiten todo el día y lo dice el gobierno. Todos y todas tienen que hacer un sacrificio, hasta el punto de que la persona que ocupa la presidencia de la república en Brasil emite una medida provisional que le da al empleador el derecho de suspender el salario por 4 meses (decisión retirada después, porque era demasiado flexible). Necesita salvar la economía y todos debemos hacer sacrificios. Pero… lo que para algunos significa no tener las ganancias esperadas o no ir a Europa este año, para otros significa perder la vida.

La pandemia es grave en todo el planeta. No es posible hacer predicciones sobre cuántos morirán o cómo se comportarán las economías y el entorno político en cada país. Pero parece claro que se producirá una ‘eliminación’ masiva de aquellos que no tienen garantizadas las condiciones para abordar las vulnerabilidades inherentes a ellos como seres vivos, como seres humanos. La esperanza es que aquellos que sobrevivan no sean resilientes -y regresen a su forma previa a la crisis-, sino que desafíen este principio perverso de igualdad liberal capaz de sostener, incluso en los momentos más trágicos de la vida humana, los intereses del 1% en perjuicio del 99%.

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