El #quédateencasa mexicano o cómo salvar al capital cuando la salud está en riesgo
René Rojas González
Sociólogo, doctorante del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades ‘Alfonso Vélez Pliego’.
A estas alturas de la pandemia de coronavirus, parece innegable reconocer que el capital tuvo que hacer un replanteamiento en su movimiento de mercantilización de la vida. Si algo nos han mostrado los feminismos es que sin las labores de cuidado el capitalismo no tiene explicación: es como si los análisis a propósito del trabajo siempre hubiesen caminado con una pierna, la de la contradicción entre el trabajo que produce un mero producto y el trabajo que produce una mercancía. La otra pierna siempre estuvo caminando a la par, aprovechada por el capital, pero desacreditada por la economía y sus visiones masculinocéntricas. El replanteamiento del capital ante la pandemia va justo en el sentido de echar mano de lo que siempre sacó ventaja, pero que ahora sería la bala de salva que no lo conduciría al colapso.
De ese calibre son las labores de cuidado para el capital, convirtiéndose en aquello que “está detrás” del recientemente enfático #quédateencasa mexicano, aunque sean dichas labores, en realidad, las prácticas humanas que dan la cara a la hora de sostener una economía. Habría que reconocer en principio que el #quédateencasa mexicano procura, en primer lugar, preservar la salud pública y la economía capitalista al mismo tiempo. Tácitamente, el ámbito masculino gobernante indicó la concentración del trabajo hacia el trabajo de cuidados, por supuesto, en el espacio por excelencia de este rubro: la casa. Por lo tanto, ahora tanto la salud pública como la economía capitalista se envían predominantemente a este espacio, de tal forma que la apuesta es que todo aquello que pueda hacerse desde casa o con el menor número posible de salidas de ésta mantenga al binomio que sigue rigiendo nuestras vidas: el Estado y el capital.
Esta pretensión del Estado mexicano, operada por el gobierno en turno, impacta, como una ola gigantesca sobre un gran apilamiento de rocas, en una sociedad caracterizada mayoritariamente por no contar con la posibilidad real de parar de trabajar fuera de casa, de tal manera que es imposible que el gobierno no tenga prevista una población sacrificio. El cálculo de quienes consigan quedarse lo más posible en casa más quienes definitivamente no lo consigan habría determinado la política de aislamiento voluntario, que traslada la responsabilidad de la salud pública al ámbito de la casa, con la consecuente carga de diversos cuidados para mitigar el contagio. He aquí el problema particular con la población sacrificio, que, al no contar con las condiciones básicas para satisfacer sus necesidades tanto fuera como dentro de casa, aumenta su nivel de exposición al contagio, al tiempo que su carga de trabajo para cubrir dichas necesidades. En cambio, quienes pueden quedarse en casa, tienen la posibilidad –también real- de reducir su nivel de exposición, sin embargo, sin que necesariamente signifique que se aligere la carga de trabajo.
Sin ánimo de igualar las problemáticas de ambos sectores poblacionales, lo que quiere hacerse notar es que, en general, la contingencia condujo al Estado mexicano a indicar implícitamente la intensificación del trabajo en una sociedad ya plenamente desgastada por el trabajo mismo, tanto por el mayor empeño en las labores de cuidado como por mantener alguna actividad económica que continúe reproduciendo al capital. En otras palabras, el Estado legitima una mayor explotación de la sociedad, pues tanto la población sacrificada como aquella que no lo está tienen que redoblar esfuerzos para satisfacer sus necesidades, tanto desde fuera como desde dentro de casa. Sin embargo, por el predominio de las labores de cuidado en este espacio, el Estado se recargaría más en éstas, porque lo que la sociedad no consiga por fuera, tendrá que resolverlo por dentro, terreno que el propio Estado difícilmente contabiliza, pero que lo sostiene.
Desde luego, no existe una uniformidad de casos y cada casa presenta su propia problemática frente a la contingencia. No obstante, a grandes rasgos, puede identificarse claramente que las labores de cuidado serían las mayormente demandadas: la población en calidad de estudiante regresa a casa y la población con ciertas características de salud vulnerable debe permanecer en casa, lo cual se cruza con la población en calidad de empleados formales que aún siguen laborando en el lugar de trabajo, de empleados formales que no están laborando –conservando su empleo-, de empleados formales y subempleados que ahora laboran en modalidad home office, de autoempleados –quienes ya eran, más quienes eran empleados formales y subempleados-, y de empleados informales –quienes ya eran, más quienes eran el resto del tipo de empleados. Quienes siguen laborando dentro del empleo formal en el lugar de trabajo –con más razón si presentan riesgos a su salud y si no es indispensable que estén presentes en el lugar- tendencialmente deben permanecer en casa –no para realizar home office-; quienes continúan empleados en la formalidad sin laborar, ya deben permanecer en casa; quienes fueron indicados para trabajar desde casa –home office-, trasladan su horario de trabajo a la casa misma; quienes se ocupan como autoempleados o empleados informales tienden a convertir la casa en oficina, almacén de productos o lugar de ofrecimiento de servicios.
Un cruce de esta naturaleza tiene que llevar inevitablemente a una reorganización social del uso de la casa, puesto que las labores de cuidado tendrían que solventar, en última instancia, las dificultades sociales y económicas resultantes de la pandemia, las cuales no se explican únicamente en términos de empleo, sino también por cuestión del encarecimiento de productos. Por lo tanto, el recargo en dichas labores se vería expresado, por ejemplo, en hacer rendir más los productos de primera necesidad, destinar tiempo de cuidado a más personas o extremar precauciones de limpieza. Dicho de otra manera, la reorganización social del uso de la casa daría la cara por una salud pública que, en realidad, está en manos del capital, en tanto no deja de ser prioridad salvar la economía capitalista. Por ello que los oprimidos estarían viviendo más oprimidos, pues el Estado mexicano les ha transferido la tarea de salvar al capital, haciendo un uso sobreexigido de sus capacidades de cuidado –incluido, por supuesto, el de la salud misma.
Ésa es la convocatoria, en esencia, del #quédateencasa mexicano, el cual no puede garantizar una condición de aislamiento plenamente abarcativa, no porque al Estado le falte monopolio de la fuerza –como podría ser con un toque de queda-, sino porque el Estado estaría imposibilitado de existir como herramienta del capitalismo. Este límite del Estado vuelve interesantes las iniciativas solidarias que parte de la sociedad mexicana ha emprendido de manera autoconvocada, mismas que pueden resultar en experiencias momentáneas o duraderas de autogestión, sin perder de vista que pueden derivar peligrosamente en soporte del Estado mismo. Por lo pronto, habrá que reconocer que lo oportuno que pueda parecer el gobierno mexicano frente a la pandemia, es el mínimo indispensable para la sobrevivencia humana en una resignación capitalista de la vida.