Esta mañana las ventanas de La Vorágine han aparecido con pegatinas en las que se nos denomina “asesinos” o “robagallinas”. Es el único espacio que ha merecido la atención de los fascistas. Según los anónimos autores de las pegatinas, nuestro delito es ser antifascistas. Lo somos. Lo somos por voluntad, por obligación moral, lo somos porque no queremos tomarnos como una locura temporal la raíz fascista que anida en nuestra sociedad y en los individuos que la conforman.
No es la primera vez que ‘atacan’ a La Vorágine con mensajes fascistas. No será la última. Los mensajes coinciden plenamente con los lanzados en las redes sociales por la asociación fascista de más presencia en la ciudad de Santander; pero los que un joven ha estampado esta mañana en nuestras ventanas no van firmados. La primera fase del fascismo organizado es anónima porque aún no se siente con suficiente fuerza para dar la cara. Después, cuando cree tener masa a su alrededor, las cosas cambian.
La Asociación Cultural La Vorágine Crítica tiene un compromiso ético con este tiempo histórico en el que nos ha tocado habitar. Y ese compromiso nos hace sostener nuestras convicciones antifascistas, tanto como nos obliga a desprendernos de las pieles androcéntricas, antropocéntricas, cristianocéntricas y eurocéntricas con las que nos vistieron en el sistema educativo y social dominante. Seguiremos por un camino que reclama a la otra como a-la-una-misma, trabajaremos por una sociedad donde la equivalencia entre seres humanos nos permita saltar las barreras de las diferencias, sembraremos cultura crítica allá donde se cultiva la cultura del odio y del miedo al otro, cambiaremos insultos por alternativas y violencias por sanas discusiones de ideas. Que los fascistas encuentren en nuestras calles y en nuestras redes, un entramado de afecto e inteligencia crítica tan poderoso que nunca puedan permearlo.
No es irracionalidad, es fascismo
En 1933, Wilhem Reich ya publicó Psicología de masas del fascismo, un brillante ensayo en el que destripaba las lógicas y técnicas de conductivismo político, económico y social del nacionalsocialismo. Lo hizo en un momento en que muchos de los miembros de las clases medias alemanas creían que el fascismo era una ‘aventura’ de corto recorrido, que la racionalidad alemana se impondrá sobre el proyecto imperialista y racista de Hitler y los suyos. La historia le dio la razón a Reich y condenó a los despistados ciudadanos a una pesadilla tan real como mal analizada con posterioridad. Antonio Méndez Rubio, seguramente, nos ayudará a entender que los fascismos clásicos del siglo XX operaron como una especie de laboratorio y que los regímenes posteriores a la llamada II Guerra Mundial consolidaron un fascismo individual en un entorno de democracia formal.
En ese tiempo estamos ahora; en el del Fascismo de Baja Intensidad que late en nuestra sociedad sin ningún control y, lo más grave, sin generar alarma alguna entre analistas, medios de comunicación o colectivos políticos que, en su lucha por el poder, han perdido la conexión con la sociedad. Que esta vez, el avance del fascismo no nos pille desubicadas.