(Fotografía Juliette Greco y Miles Davis, un amor bailable)
(III) Lunes 23 de marzo
Pensé al despertar, hace como una hora, en un aforismo de Jules Renard, leído en un buen librito que me regaló una alumna editora: “el silencio era tan absoluto que creí que estaba sordo”. Hasta los gatos de la vecina están silenciosos, como sus sombras. A lo mejor se mudaron de barrio o andan de juerga sin respetar el toque de queda. Porque el gato no tiene patria: su país es el sueño, el solar, las alacenas y nunca ni por chiste aceptaría una cuarentena y menos un simulacro de ella. Porque el gato, ladrón, misántropo, baudeleriano, no tolera gobierno, es un anarquista de los tejados. Esto me ha puesto a meditar en la encerrona y a poner en letras enyesadas el cacareado término “libre albedrío”, que expresado en un acuartelamiento de primer grado suena casi obsceno. Somos expertos en pajarear carencias. Una de ellas me asaltó hace años al leer un cartelito en un hotel engolado: ¡qué bendita joya podía guardar en la caja de seguridad de la habitación si hacía muchos calendarios se me había perdido la voz de una mujer que me cantaba imposibles! Quién sabe qué nuevo joyero la atesora. No es una queja, me gusta esta soledad y este silencio. Fíjense que hay gentes tan deshabitadas que cuando llegan a casa la llenan de vacío. La ventaja de quienes tenemos una relación disfuncional con la realidad, una palabreja que según el resabiado Navokov siempre debería ir entre comillas, es que no le guardamos servidumbres. No somos de apellido Xerox y por eso no tenemos el deber de copiarla en lo que escribimos, pintamos o cantamos. Entonces inventamos artilugios. Hablo por teléfono con un amigo filósofo y versado en ciencias políticas y le pregunto si no extraña la calle y me dice al otro lado: “No, la calle es fascista”. Lo entiendo porque vive en un conjunto rodeado de una clase hidropónica, de personas sin raíces. Y porque no olvida que hay gentes que todos los días se sientan a la mesa a la hora de repartir el hambre. Yo intento no oírlo mucho ya que amanecí tocado de pesimismo, como el soldado que aprende a decir “me rindo” en la lengua del enemigo, antes de su primer combate. Me gusta a fondo esta soledad y lo que para algunos es aspereza, es para mí una fiesta. Tal vez por aquello que decía Gilbert Lely, un gran poeta surreal: “el hombre que está a punto de irse de sí mismo aprovecha cualquier ocasión para quedarse a solas”. Bon jour tristesse, como cantara Juliette Greco con una voz digna de guardar en una caja de seguridad.