Son tiempos de equidistancias. Cuesta definirse y definirse parece un acto de radicalidad imperdonable. Pero hay que definirse. Y, en realidad, es fácil. No siempre es sencillo decir lo que se es pero, al menos, parece diáfano proclamar lo que no se es.
La Vorágine, ya sabéis, es una librería asociativa y un espacio de cultura crítica, pero no es eso lo que nos define. Por eso nos apetece dejar claro lo que no somos y confesar que no somos un espacio ambiguo o equidistante que se adapte a los gustos, caprichos o ambigüedades de nuestro tiempo, sino que nacimos y existimos para sembrar en nuestra huerta las semillas de la rebeldía ante un sistema-mundo que no nos gusta porque es violento contra la vida que –desde nuestro punto de vista- merece la pena ser vivida. Lo hacemos poniendo el cuidado y la vida en el centro y eso nos hace no excluir, no escupir, no dogmatizar y evitar convertirnos en una peña de colegas que piensan exactamente igual. Pero sentimos la necesidad de matizar que nuestra vocación de acoger la diversidad tiene sus límites. La casa común es común a aquellas que también ponen la vida en el centro y que creen que las otras y los otros no son una amenaza sino un don.
Por eso queremos dejar claro que, en materia de principios políticos, no somos ambiguas. Este es un espacio no racista, no eurocéntrico, no patriarcal y no fascista. Y eso significa, lo sabemos, que mucha gente se puede sentir incómoda (y nos alegra que se sientan incómodas en este traje no hecho a su medida). Los discursos y prácticas racistas, eurocéntricas, patriarcales y fascistas no tienen cabida en esta casa común de la cultura crítica (que es “crítica”, por si alguien no se lo ha pillado, con el sistema-mundo racista, eurocéntrico, patriarcal, sexista, adultocéntrico, capacitista, totalitario y fascista).
No es difícil darse cuenta de que nos molesta todo lo que deja afuera a las personas no normativas o que no están en el club de los privilegios, el que determina que es válido o inválido, moderno o anticuado, progre o reaccionario. El privilegio de la blanquitud impone el racismo; el privilegio heteropatriarcal deja por fuera a un amplio porcentaje de la población que no responde a identificaciones no binarias que no se identifican con su fenotipo sexual; el privilegio adulto discrimina a las personas por su edad cronológica (niñas, niños, adolescentes jóvenes y personas mayores); el privilegio de las personas con “capacidades” plenas anula la diversidad y ve como un fallo de la vida la diversidad funcional; el privilegio del pensamiento dominante impone como “natural” su minoría mirada del mundo a unas mayorías adocenadas por los sistemas de socialización estatales…
Últimamente le ha dado por pisar este terreno nada fangoso a personas que creen que la cultura crítica es “criticar” este sentido desde el que entendemos la vida resistente. Y tienen derecho a ponernos a caldo a nosotras o a nuestras invitadas, pero no en nuestra casa común. A quien no le cuadre este territorio de incertidumbres, que no se sienta obligado a entrar. Está ciudad es diversa y seguro que encuentran su sitio en el mundo. De hecho, la ciudad, la región, el país y el continente están pensados para los que gustan de restregar sus privilegios a los demás, para los que creen que pensar es su particularidad universalista, que su forma de (de)formar el mundo es la única manera de abordarlo. Por eso, el resto, los restos, las periféricas, necesitamos de espacios como La Vorágine o como muchos otros que se convierten en refugio seguro para el pensamiento crítico contra este sistema.
Así que bienvenidas a los encuentros, debates, charlas, presentaciones y propuestas en las que lo único que sabemos es lo que no somos. Dejamos claro que no queremos ser acompañadas por aquellas que no pongan en duda sus prejuicios, aquellas que sólo escuchan para contraatacar, aquellos que sólo buscan reforzar sus imaginarios. Bienvenidas a la incertidumbre radical, a la construcción de la destrucción del sistema, a la paciente labor de siembra de tempestades, a la gozosa rebeldía transformada en poesía o en música, a la inevitable revuelta de las nadie, a la improbable victoria sobre el productivismo, el trabajismo y la estupidez democratizada. Bienvenidas (pero no para joder-nos más de lo que nos jode el sistema contra el que luchamos).