(V) Miércoles 25 de marzo

(Dibujo de Joaquín Torres-García, mapa de América Latina)

(V) Miércoles 25 de marzo


Releo en el silencio rotundo de estos días un poema de tres palabras, obra de René Char: “Imaginación, mi niño”. No se por qué lo vuelvo a leer si lo conozco de memoria y decirlo es tan fácil como leerlo. La verdad, he entrado en duda de que existan poemas cortos o largos, creo mejor que hay poemas justos. “Cuaderno de un retorno a mi país natal”, el libro talismán de Aimé Césaire que tiene cien o más páginas, no es largo sino justo, mientras que un epigrama o un haiku si son malos, son largos. A Char vuelvo cada vez que en las redes, en los libros, en las revistas y en los eventos que anuncian con bombos y platillos un evento, me encuentro con poemas hidropónicos, sin mayores raíces ni suelo. Tras leer varios poemas de Char de su ciclo de la resistencia y su hermoso poema “Hiciste bien en partir, Arthur Rimbaud”, vuelvo a ese ejemplo de brevedad en la que le agradece a la niñez por haberle dado el bastimento de la imaginación y por supuesto del asombro. La mayoría de los asesinatos de poetas ocurre en la infancia cuando le dicen al niño que no, que no señor, que una vaca no puede tener treinta y tres patas ni volar, con lo cual adiós Chagall, ni preguntarse cómo vivirán de apretados los habitantes de la luna en menguante. Si el niño sede a su majestad la razón, que es lo propio de los fósiles a quienes llaman adultos, está de por siempre echado a perder como poeta. No seguir la servidumbre del espejo, devolverle la imagen de otra manera al verismo, es lo propio de esa imaginación a la que el poeta de la Resistencia francesa le oponía el salvaguardado niño.

Hay que recordar que los niños son extranjeros de la lengua adulta y adúltera que gobierna el mundo, y ya sabemos cómo va esto. Extranjeros de la razón y de la obediencia, todo lo miran desde las orillas, desde los bordes del mundo. No tienen necesidad de vivir en otra nación para ser extranjeros: un niño no tiene país, pues no hace mucho fue transterrado del limbo. Todo esto me suscita un pequeño poema en contravía de cualquier aire espurio de aduldez que por desventura se me ocurra asumir:

RETRATO FAMILIAR

El niño que fui

se asoma a mi espejo

y me saca la lengua.

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