(Foto, Andrea Roca, Bruselas, verano de 2016)
(VI) Sábado 28 de marzo
Día despejado tras una noche de una lluvia timbalera en el tejado. No hay nubes en la parcela de cielo que cubre mi patio. Las calles han vuelto a ser del dominio de nadie. Esto, que podría ser lastimoso no lo es si, démosle otra vuelta de tuerca al asunto, pensamos que hay algunos motivos de festejo. Ejercer el silencio y dialogar con él, dejar de hacer lo que casi siempre nos vemos forzados a hacer, no es cualquier bagatela. Por ejemplo, no tener que saludar con desgano a alguien deshabitado que nos sonríe, o evitar en la calle a gentes que en las palabras vuelan pero como personas reptan. Y tener desgano por nostalgiar pues la única nostalgia dulce es la de las cosas no vividas. Tal vez así suceda con la poesía, quizás quede algo más estremecedor en lo que no se dice que en lo expresado. Porque buena parte de la poesía no se escribe, sucede. No la pensamos, nos piensa. A mí, en soledad o acompañado, me blinda la poesía. Dice un proverbio chino que me recuerda una entidad fantasmal llamada Anne Carson: “Un pincel no puede escribir 2 caracteres con la misma pincelada. Lo fundamental es el trazo que no se ve”. Es lo que hace la poesía tanto en la palabra como en sus silencios. No se ve la sombra de las palabras pero apacentan el silencio entre una y otra voz expresada. Entre la nada y el vacío hay una disputa por el tiempo. Un tiempo que nos llena de una taoísta espera: “No hagas nada y todo está hecho”. Lo único que con placer me saca de esa quietud es el lápiz que deslizo pues he seguido mis pies para encontrar un camino. De ese recorrer los caminos del azar quiero volver a copiar este texto de René Magritte que leí en una pared de su museo en Bruselas hace varios años. Lo copié en una libreta que me regaló mi hija. Es una especie de manual de fobias y de filias con las que me siento identificado:
“Yo odio la resignación, la paciencia, el heroísmo profesional y todos los bellos sentimientos obligatorios… Yo odio también las artes decorativas, la publicidad, las voces de los oradores, la aerodinámica, los boy scouts, el olor a gasolina y la actualidad… Amo el humor subversivo, las pecas, las rodillas, el pelo largo de la mujer, los sueños de los niños pequeños en libertad, una chica joven arriesgada en la calle. Me encantaría vivir el amor, lo imposible y lo quimérico. Temo conocer exactamente mis límites”. René Magritte, (1946).
No se nada de astrología, pero a lo mejor tenía bien alineados no se qué astros. En ese mismo año nací y a lo mejor eso me da crédito para escamotear estas palabras de un belga insubordinado, pues ese señor de aspecto tan serio, tan bien puesto en su apariencia de cochero de pompas fúnebres, me refuerza en la idea de no amar la realidad por dudar de las apariencias.