El sábado 16 de mayo cumplió años de nacido Juan Rulfo.
Abrí un libro suyo y lo volví a encontrar en una fonda de Comala, ese poblado solar que está ubicado en muchos rincones fantasmas del mundo.
Ni modo de importunar su blindado silencio preguntándole si recibió un mensaje polizón que incluí en “Cartas a ninguem”, un libro que ante los gajes de la pandemia reposa por ahora en anaqueles de muchas librerías de Macondo y en el correo del azar.
Larga vida a la palabra del más grande poeta mexicano. (J.M.R)
RUMBO A COMALA
Usted,
don Juan Nepomuceno,
me enseñó
que hay lugares sin mapa,
feudos de Nadie.
Comala es uno,
un reino fantasmal
de huellas sin pisadas.
También lo es
la tumba de agua
del capitán Nemo,
del capitán Nadie,
un alias clásico
escamoteado del latín
para esconder lo que fuera
un oscuro pasado
y un heroico presente.
Perdone mi insolencia,
don Juan,
pero algo en usted delataba
su vocación de Nadie.
Con pasaporte de Comala
y licencia de otro mundo
he viajado por países
y parajes inciertos.
Acá se lo cuento:
un día de verano
visité en Nueva York
la oficina de un escribiente
de nombre Bartleby,
un raro bicho
cuyo invencible no-hacer
deberían tomar como divisa
los Nadies del mundo.
A Spoon River llegué
en el tren del azar,
llegué
entre ladridos de perros
que comparten el mismo
idioma en todo el mundo.
Allí vi en la colina
una larga mesa
bien dispuesta,
un mesón de platos vacíos
y sillas sin gente,
un banquete servido
un domingo de difuntos.
Me pareció
percibir entre la niebla
una voz lenta y clara,
semejante al silencio.
(Foto: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, Juan Rulfo).
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