(XI) Jueves 2 de abril

(XI) Jueves 2 de abril


EL HUMOR EN LOS TIEMPOS DEL VIRUS

“Nada es más despreciable que un ingenio triste”
Friedrich Schlegel
Hoy me ha visitado el fantasma del humor a través de un poema que más allá de su carácter risueño, resulta anticipatorio, de alguna manera premonitorio. Me refiero al mini-poema que reproduzco de Luis Vidales. Vidales es un fantasma que visita a cada rato mi memoria, sin su consentimiento. Y sin el mío. Lo traigo a cuento por muchos motivos, especialmente porque se anticipa a algo que creo que está sucediendo.
Los colombianos tenemos el vicio de fungir de sabios en lo que no somos, de acuerdo a los aconteceres. Por ejemplo, ruge un volcán, y al otro día todo el mundo es vulcanólogo. Un temblor, y de todas partes, de la academia, de la estadística y de las panaderías de barrio brotan los sismólogos. Pero nada como hoy, tras cualquier tapabocas se esconde un virólogo.
¿Y el poema?
Como los buhoneros de pueblo, como los célebres culebreros en extinción, ya voy a sacar el poema de esta gran caja de ‘Galletas Noel’, una caja de cartón con un letrero que dice de manera un tanto misteriosa “este lado arriba”. O como el culebrero de mi infancia que convocaba multitudes en la Plaza de Cisneros, ‘El indio Zaragoza’. Ataviado con un penacho de plumas de gran jefe comanche, no obstante sus ojos azules, Zaragoza vendía un menjurje al que llamaba “la mano de Dios en un frasquito”. Muchos, muchísimos años después encontré que la misma pócima la vendía Blacamán en un cuento de García Márquez.
¿Y el poema?
Mejor paso a recordar que dentro de la literatura y dentro de la poesía, como ocurre con todo lo que es refractario a la solemnidad y a la chatura del mundo, el humor resulta una suerte de talismán, una trinchera para soportar los embates de la oscura realidad del mundo.
Entre tantas vertientes como tiene el humor literario, ese escudo que nos legó entre otros el malicioso Miguel de Cervantes, hay un espejo que nos ayuda a reír de nuestra propia desgracia a pesar de un caballero tan trascendente como don Quijote de La Mancha. Ese humor quisiéramos invocarlo en tiempos de pestilencia.
Amo sobre todo el humor negro, que es el anarquista de los humores, algo que no admite sobre sí ningún gobierno. El humor negro entra en combustión inmediata con los grandes ademanes religiosos, morales, jurídicos, patrióticos y estatales.
En cada creador de humor negro hay un objetor de conciencia, alguien que no se resigna a mirar por el mismo lado del periscopio. Esto y su majestad el equívoco nos producen felicidad.
Bienvenidos los equívocos como en esta pequeña parábola de Gesualdo Bufalino: “¡El rey va desnudo!, gritó el niño. No era cierto, pero nadie entre la multitud tuvo el valor de contradecir a un niño ciego”.
¿Y el mini-poema de Vidales?
Ya casi. Vidales, cuando no era panfletario o stalinista, tenía algo de patafísico y más aún para la época de su primer libro publicado en 1926, en una capital cuyos rincones olían a orines desde la Colonia.
Cuando la poesía de Vidales estuvo lejos del trasunto realista, tuvo sin duda algo de patafísico. No hubiera desentonado en el Colegio de Patafísica en el que tuvieron cabida Ionesco, Vian, Genet, Ernst, Calvino y Prevert, entre otros ejemplares de la raza de Jarry, padrastro de todos los que abrieron al pensamiento libertario una posibilidad de hacer zumbar la mosca en la nariz, casi siempre aguileña, del orador. Patafísicos de todos los partidos, ¡uníos!
¿Y el poema?
Bien. Es un poema mínimo, ascético en el lenguaje y burlón como buena parte de la poesía de Vidales y particularmente la de su primer libro del año 1926: Suenan Timbres. Lo cito como el culebrero que ya acorralado por un círculo de oyentes no tiene más que revelar su secreto:
Super-Ciencia
Por medio de los microscopios
los microbios
observan a los sabios.
Lo que encuentro de premonitorio es que en medio de la pandemia que vivimos los científicos aún no saben cómo acabar con un virus antes no detectado, con una toxina o veneno infeccioso y microscópico “acelular”, según dice el Doctor Google a distancia y sin necesidad de tapabocas.
El planeta, este globito en cuarentena, vino a saber del dichoso virus en diciembre, o sea que lamentablemente es de signo Capricornio, aunque habiendo nacido en China quién sabe a qué signo pertenezca. He oído y no quiero oír más teorías dudosas sobre el tema.
Lo que no me cabe duda es que el poema del poeta de Calarcá escrito hace la pendejadita de 94 años, se adelantó a la verdad: antes que los científicos miren a los microbios ya estos los tienen en la mira.
Cuando la poesía de Vidales estuvo lejos del trasunto panfletario tuvo algo de patafísico. No hubiera desentonado en el Colegio de Patafísica en el que tuvieron cabida escritores como Ionesco, Vian, Genet, Ernst, Calvino y Prevert, entre otros ejemplares de la raza de Jarry, padrastro de todos los que abrieron al pensamiento libertario una posibilidad de hacer zumbar la mosca en la nariz, casi siempre aguileña, del orador. Patafísicos de todos los partidos, ¡uníos!
Cedo a la tentación de recuperar este credo que escribí hace unos pocos años y que a veces reparto entre los feligreses del humor:
Ángel de la guarda, el humor me ha salvado frente a los embates de un país donde no podría vivirse si no se contara con su extraña y gruesa coraza.
El humor me ha permitido trabajar varios años en un periódico aún después de recordar una frase de Gino Ceronetti citada por Cioran en sus “Ejercicios de Admiración”: “¿cómo una mujer embarazada puede leer un periódico sin abortar inmediatamente?
El humor me (nos) ha salvado del miedo en un país cruento, campo de guerra. El humor me (nos) resguarda de enemistades aunque también las propicie, nuevo campo de guerra.
El humor me permite burlarme de mí mismo, espejo insumiso, cristal cóncavo y esperpéntico.
El humor entra a saco contra un país de políticos llenos de vacío, anómalo guerrero. El humor atempera torpes anhelos de trascendencia, guardián severo.
El humor me invita a orar a un dios estrábico y casero para que su risa se ponga de mi parte.
El humor me hace pedir a no sé quién, tal vez al santo de los acosados por los dogmas, que a cada tanto aparezca en casa y me tienda la mano con un talismán en forma de libro. O de algo parecido.
(Ilustración: Luis Vidales, caricatura de Ricardo Rendón en su “Zoológico de los poetas”).

 

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