(XXXXI) Lunes 1 de junio

(XXXXI) Lunes 1 de junio


APUNTES DE UN FANTASMA

 

Así que nos quieren volver fantasmas.

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Que nos quieren dar el pellejo por cárcel. En momentos como los que vivimos salen a flote palabras que no quisiéramos usar. Por ejemplo, la palabra aporofobia, que significa una mezcla de odio y temor a los pobres. O la palabra gerontofobia, que denota aversión a los viejos.Y para seguir impresionando a los posibles lectores de estas notas confinadas, la palabra logocracia que significa una seudo-realidad fundada, precisamente, en palabras de uso poco corriente que al no ser entendidas por el otro nos otorga poder. Si decimos alterofobia (odio al otro), escondemos una posible deshumanización. Y si decimos xenofobia barnizamos con esa palabreja el temor primitivo y tarado a lo que desconocemos. Como lamentablemente ocurre con ciertos académicos. En ese espejismo del lenguaje, con eufemismos y otras trapisondas nos quisieran dar ghetto por liebre, una reclusión como las que se han practicado con grupos étnicos, culturales, políticos o religiosos. Y lo anuncian en algunos casos como protección de los enjaulados.

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A lo mejor el prócer de Salgar sueña con ser declarado joven vitalicio por decreto, y tener su propia “Giovinezza”, una canción como la de un tarado que llevó a Italia a una guerra y que en su letra elogiara a la juventud, “primavera de belleza”, pues los viejos de piel dura no le creían su destino glorioso.

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Que me digan cuándo esto que llaman Estado se ha preocupado por los abuelos, llamados así cuando en muchos casos no han sido padres y por lo tanto solamente por designio divino podrían haber tenido nietecitos. Hay que ver las filas de viejos esperando a sol y agua para reclamar un medicamento, un placebo, un fármaco más inútil que el amor del Papa a la humanidad. A propósito de esta afirmación sobre el más alto jerarca de la iglesia, el papagaucho, un colega me dijo que no, que hay discursos del actual pontífice que son muy bellos. Y sí, tiene razón, pero como “la realidad no es verbal”, no alteran nada. Resultan inútiles en un ámbito icónico pero vacío como es el del estado Vaticano, un aparato inamovible, un muermo del mismo tamaño de sus bellas y congeladas estatuas.

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Nos quieren volver estatuas a “los mayorcitos”. De sal, como la imprudente mujer que se quedó tiesa mirando hacia el pasado. Nos quieren jubilar de la vida.

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Si al menos estos bárbaros de un clamoroso y tardío “baby boom” supieran quién es Noam Chomsky, un hombre de 92 años, de ideas anarquistas y siempre en ebullición intelectual, y en contraste se detuvieran a oír al que algunos apodan presidente de este país y que ante todo es un lisiado mental, ¿no les entraría al menos una pequeña duda sobre las trampas que suele instrumentar entre los hombres el malicioso dios Cronos? Pero qué va, ideas nuevas no entran en cerebro viejo, solía decir un viejo poeta especialista en sonar timbres de alarma. Porque con la excepción de unos tres políticos, los nuestros son ancianos precoces cuando no son algo más que unas momias anticipadas.

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Recuerdo a una pandilla de politicastros durante una jornada electoral. Los vi una vez en mi ciudad natal sacando de los ancianatos a sus huéspedes y conduciéndolos a votar, como en una pobre parodia de “Almas muertas”, la bella y muy colombiana novela de Nicolai Gogol.

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Oigo hablar al ministro de Salud, un tipejo que parece que hubieran graduado con anestesia, Fernando Ruiz Gómez. Obediente a un tarado en pleno ejercicio, Iván Duque, jamás se dará cuenta que la palabra más digna que debiera balbucir sería la palabra “renuncio”. No, ellos piden que los adultos mayores o “abuelitos” no salgan, lo cual es un crimen larvado toda vez que si algo necesita un cuerpo viejo en disfunción con un cerebro joven es precisamente una constante movilidad.

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Se nos quiere convertir en seres pasivos porque tenemos mucha juventud acumulada.

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Lo mejor de la juventud es que eso con el tiempo se nos quita.

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Se nos quiere convertir en fantasmas por el peligro comunista de que recorramos el mundo. Según el diccionario de la academia de la lengua, los fantasmas son definidos con esta vuelta de tuerca (salud, viejo joven Henry James), son personas muertas que, según algunos espiritistas se les aparecen a los vivos. Bien “vivos” son estos vendedores de humo que decretan normas a destajo porque no saben qué otra cosa hacer con ellos mismos, con sus cuerpos singular y verdaderamente deshabitados. “En sus almas espantan”, decía un viejo díscolo que salía disparado como ante la vista de un peligro cuando encontraba a estos seres calcáreos, a estos “hombres huecos”, como los llamaba T. S. Elliot.

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Un fragmento de “Canto de guerra de las cosas”, un poema de Joaquín Pasos, sin duda el más grande poeta de Nicaragua luego de la irrupción de Rubén Darío, va a manera de coda: “Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,/ si es que llegáis a viejos,/ si es que entonces quedó alguna piedra./ Vuestros hijos amarán al viejo cobre,/ al hierro fiel./ Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,/ trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;/ os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;/ con el bronce considerándolo como hermano del oro,/ porque el oro no fue a la guerra por vosotros,/ el oro de quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño mimado,/ vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido acero…/ Cuando lleguéis a viejos, respetaréis el oro,/ si es que llegáis a viejos, si es que entonces quedó algún oro”.

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Así que nos quieren volver fantasmas.

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