(XIII) Lunes 6 de abril

(XIII) Lunes 6 de abril


NUEVO TURNO PARA EL OFENDIDO

“Roque Dalton,
salvadoreñito,
paloma entre
los pumas”.
Fina García Marruz
Anoche aún era domingo, el día duró cerca de 29 horas. He descubierto además que en cuarentena todos los días son domingo. Así como febrero es un mes de 28 domingos, una larga siesta luego de una exultante fiesta de los sentidos.
Se me viene en gana escribir sobre Roque Dalton. No solo porque este año cumpliría 85 años de nacido. Quién lo creyera, tratándose de un artista adolescente, si le robamos la expresión a Joyce.
Dalton regresa a mi memoria porque me piden para una revista mexicana una nota sobre el poeta salvadoreño. Busco entonces en una antología que hice de poetas desobedientes el poema titulado “El descanso del guerrero”, véase “El anarco y la lira” con la venia de don Octavio. Es uno de los poemas suyos que más me sorprenden por su disrupción frente a la poesía política, que en muy buena parte roza la modorra. Hablo de la mala poesía política, ¡atención!, aunque no hay poesía mala: si es mala no es poesía.
El poema se titula “El descanso del guerrero”.
Antes de transcribirlo quiero recordar en mi diario intermitente que al poeta lo asesinaron hace 45 años y de paso aprovechar la petición de la revista para releer buena parte de una obra de tantos registros y vertientes. Roque Dalton es el río que se recorre a sí mismo, que se sale de madre y vuelve a su cauce.
Hasta su muerte, su absurda muerte perpetrada por un bando escindido de la izquierda de su país, una fracción del ERP en la que militaba el poeta, gentes que en verdad sufrían una suerte de “daltonismo” político, Dalton no paró de buscarse a sí mismo en la palabra.
Me digo. Es curioso que en este encierro, confiscado por mí mismo, regresen a la memoria rostros conocidos y desconocidos y algunos de mis poetas muertos, como el mismo Roque o como César Vallejo, de quien en un comienzo estuvo influenciado hasta los huesos.
Algo de espiritismo, de telequinesia hay en una biblioteca. Me refugio en la mía, una ouija de papel, un señuelo para atrapar fantasmas. El autor de “Taberna y otros lugares” y “Turno del ofendido” es un esporádico visitante de este pequeño espacio de mi refugio.
Y claro. Con su figura viene adosada la presencia de una Cuba efervescente donde pasó varios de sus más fogosos años luego de ser el eterno fugado de las cárceles de su país, un mito viviente que se reía de sí mismo y por supuesto de los demás. Todo esto lo asumía con desparpajo gracias a su palabra transgresora y desenfadada.
Va una infidencia, y qué otra cosa es un bendito diario sino una violación de la confianza del otro, que en este caso borgesiano soy el mismo.
Una vez en Cuba, un amigo de la misma generación de Dalton me contó un episodio que pinta muy bien al poeta. Un escritor acodado en la barra de un bar ante la aparición súbita y azogada del poeta, le preguntó cómo diablos pudo entrar, si por una norma del lugar estaba prohibido hacerlo después de las 10 de la noche. Y ya eran las 12.
“Un portero pretoriano quiso impedirme la entrada”, dijo Roque, “pero lo miré con una rabia de poeta inédito y me abrió las puertas de par en par”.
Confesión de parte: una vez quise repetir su gesto en un ámbito casero. En Bogotá le dije a un dependiente de una farmacia naturista mientras acompañaba a una amiga que iba por sus gotas mágicas, que me vendiera un frasco de suero anti-ofídico porque iría a una reunión de poetas inéditos. La petición imponía tener el carisma daltoniano, su energía. Porque el boticario ni se inmutó.
De todos esos elementos retadores está hecha su poesía.
De la presencia alusiva a su pequeño país, de coloquios, de imágenes y giros populares, de citas librescas, trozos de canciones, metáforas de corto y largo alcance. Sobre esos núcleos gira, como un trompo luminoso, su obra. Todo esto lo escribo y reescribo para mi diario de confinamiento intermitente, con el sabor a fugaz parpadeo que es la vida. En el fondo, no es más que un pretexto para repetir como un mantra este poema invocado para señalar el coro de los mediocres. Y el gobierno de los muertos.
EL DESCANSO DEL GUERRERO
Los muertos están cada día más indóciles.
Antes era fácil con ellos:
les dábamos un cuello duro, una flor,
loábamos sus nombres en una larga lista:
que los recintos de la patria,
que las sombras notables,
que el mármol monstruoso.
El cadáver firmaba en pos de la memoria
iba de nuevo a filas
y marchaba al compás de nuestra vieja música.
Pero qué va,
los muertos
son otros desde entonces.
Hoy se ponen irónicos,
preguntan.
Me parece que caen en la cuenta
de ser cada vez más la mayoría.

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