(XXXII) Martes 12 de mayo

(XXXII) Martes 12 de mayo


SOBRE EL HUMOR NEGRO

 

“La risa y el aleteo son parientes”
Walter Benjamin.
Hoy, querido, cómplice, tiránico y pandémico Diario, amanecí con una contundente imagen de la cantera inagotable del señor Kafka merodeando en mi cabeza: “las sirenas tienen un arma más terrible que sus cantos: el silencio”.
Amanecí con la mente más en blanco que el papel de mi libreta, pero no tan retadora como él. Y como un amanuense de mí mismo me fui de saqueo, opté por guaquearme y conversar con un fragmento de un libro que hace cinco años me publicaron los generosos editores de “Siglo del Hombre”. Traigo a colación un fragmento de una viñeta literaria porque ella habla y encierra una pequeña oración a los dioses anómalos o paganos del humor. Porque el humor creo que logra, así solamente sea por momentos, revertir la realidad y volver trinchera cualquier cuarentena. Sobre todo, pienso, si se trata de un humor negro proporcional al túnel de los días. El humor negro es el dardo que da en el blanco: resulta proporcional al miedo que desaloja y de paso a las normas y sujeciones de la obediencia.
En cada creador de humor negro hay un objetor de conciencia, alguien que no se resigna a mirar por un solo lado del catalejo. Es alguien que no cree que haya que buscar la moneda de una sola cara. Por eso me resulta inexplicabe que se haya ido perdiendo en buena parte de la crítica social la posibilidad de usarlo como una eficaz herramienta política. Con gloriosas excepciones.
Quizá el hombre político, y entre ellos están algunos de nuestros historiadores y sociólogos, teman al humor por no parecer evasores y porque la seriedad es la madre de las verdades inmutables y por supuesto de las imposturas. Verdades como el nazismo o el estalinismo crecieron como la verdolaga gracias a la cerrazón ideológica que adoptaron frente al humor. Los verdugos no ríen.
Por otra parte la sátira, como lo sabía el turbulento don Francisco de Quevedo, cumple con el precepto de rodear al objeto de la burla. Según palabras de Swift, “la sátira dirigida contra todos no es sentida como una ofensa por nadie, pues cada uno por su cuenta puede pensar audazmente que va dirigida contra otra persona”.
Un solo gesto de agudeza en el humor desbarata cualquier andamiaje retórico. Es, y lo repito, como la mosca que se posa en la nariz del orador. Amo la síntesis de los epigramas, los poetas satíricos como Catulo y Marcial que en una línea podían definir al hipócrita, al traidor o al fanfarrón, al que tantas veces está, como nuestros políticos, investido de un bien vestir y un mal proceder. Dice Marcial en uno de sus epigramas: “Te ríes de mis vestidos raídos con tu hermosa toga de buena lana. En efecto, mi ropa está raída, pero es mía”.
También, los dardos disparados contra sí mismo hacen diana en los demás, es una forma de ser otro, de crearse una máscara y por esa vía de alguna manera evadir lo que puede resultar ofensivo, lesivo y prepotente, casi un anticipo del “yo es otro” del satírico muchacho de Charleville.
Una de las formas casi sacramentales con las que el pueblo se ríe del poder y de sus formas, de sus autos de fe y sus artilugios, se establece en la sátira. Esta se vuelve entonces una suerte de reivindicación popular a través de la imaginación. Como lo supieron bien Rabelais y Bajtin, Carroll y Cervantes, Chaplin y los patafísicos, y como ocurre con una contra-fábula de Gesualdo Bufalino donde muestra cómo se falsea la realidad cuando los oyentes han sido educados en la obediencia, en la conmiseración y las buenas maneras.
Dice la pequeña parábola de Bufalino:
“¡El rey está desnudo!, gritó el niño. No era cierto, pero nadie entre la multitud tiene el valor de contradecir a un niño ciego”.
Pues bien. En honor y con gratitud al humor, vuelvo a trazar una pequeña letanía a los dioses estrábicos:
Ángel de la guarda, el humor me ha salvado frente a los embates de un país donde no podría vivirse si no se contara con su extraña y gruesa coraza.
El humor es lo que me ha permitido trabajar varios años en un periódico aún después de recordar una frase de Gino Ceronetti citada por Cioran en sus “Ejercicios de Admiración”: “¿cómo una mujer embarazada puede leer un periódico sin abortar inmediatamente?
El humor me ha salvado del miedo en un país cruento, campo de guerra. Me ha resguardado de enemistades aunque también me las ha granjeado.
El humor me permite la burla de mí mismo, espejo insumiso, cóncavo y esperpéntico.
El humor entra a saco contra un país de políticos llenos de vacío, anómalo guerrero.
El humor atempera mis torpes anhelos de trascendencia, guardián severo.
El humor me hace orar a un dios estrábico y casero para que su risa se ponga de mi parte.
El humor me hace pedirle a no sé quién, tal vez al fantasma de Charlot o al santo patrón de los acosados por los dogmas, que a cada tanto me ayuden a encontrar en medio de inapetencias y temores, (“taedium vitae), el talismán de la risa.
¡Amén!
(Pintura de Paul Klee, “El inicio de una sonrisa”)

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