(XII) Sábado 4 de abril

(XII) Sábado 4 de abril


EN NO MAYOR

Llueve con desgano en esta parte de Bogotá. Y pienso con Borges que la lluvia es algo que ocurre en el pasado. Contesto una llamada de mi amigo Juan Diego, alguien que siempre tiene algo estimulante y cálido para decirme. Le pregunto por el temblor que tuvo como epicentro a Betania, Antioquia, y que se sintió con mucha fuerza en Medellín.

Juan Diego me cuenta que alguien desde su cuarentena llamó a una emisora, o a los bomberos, no recuerdo bien a quién, a preguntar si había alguna disposición de la alcaldía que permitiera a toda la familia lanzarse a la calle en medio de un tembladeral, o si sÓlo lo podía hacer un miembro elegido por la parentela.

Otra llamada. Esta vez un periodista sin tema me habla de todo, hasta de una gente estrepitosa y falaz que ya ni recordaba, un círculo de lo que Aldo Pellegrini llamaba “la internacional de la mediocridad”, “una panda”, como dicen en España, que contaba con algunas membresías de gimnastas bogotanos. La verdad, más bien me fortificaron sus ataques. Hace mucho me identifico con unos versos de la formidable luxemburguesa Anise Koltz:

“Con las piedras
lanzadas contra mí
he construído
los muros de mi casa”

Así que ignoré la tontería y le pregunté si había sentido el temblor. Yo me considero un sismógrafo en esa materia y no propiamente por causa de un parkinson mental. Pero creo que en Bogotá no se sintió el bamboleo. Así le informé al comunicador de un tema más actual.

El día de ayer estuvo tocado por el limbo, por cierta inercia y unas ganas grandes de procrastinar, de dejar para mañana lo que se puede hacer hoy.

Por otra parte, a quienes amamos la soledad y el silencio, la lectura y otra vez el silencio, dos palabras y ámbitos que están hechos para formar una pareja que podríamos llamar funcional, esta encerrona es como si nos castigaran con un premio. El lado bueno de este encierro es que de pronto logremos salir de él con una maestría en introspección.

Pero hoy en realidad no tengo muchas cosas que contarme. O algunas, pero todas bajo un tono afinado en ‘No mayor’. No extrañé en la noche “un horizonte de perros”, como diría el gran poeta de Granada. No he tenido ganas de asomarme a la calle. No he oído ruido de platos en el vecindario y si ocurre algún suceso debe ser que lo hace en sordina. No he oído ni de noche el paso de un auto fantasma. No ha sonado en mi silencio de monje el grito del vendedor de chontaduros al que echo de menos, tanto por el color de los frutos que trae en una carretilla como por su voz pedregosa. Aún sin ver al dueño, cualquiera que tenga un oído en nada atrofiado por los timpanicidas en serie que pasan en la radio, puede adivinar que es una voz untada de Caribe.

Es bueno cantar en ‘No mayor’ la alegría de pertenecer a la sociedad de los poetas sobrevivientes, aunque a veces sintamos que vemos el mundo como una víspera. No espero regresar a una vida que hemos calumniado de normal, porque No es normal el crimen ni el expolio ni la impunidad. Tampoco será normal lo que se viene, es solo que el zorro cambiará de piel. Lo que sí queda claro es que el zorro, símbolo de la astucia, no es tan astuto como supone. De serlo en verdad no lo sabríamos. No nos hubiéramos enterado.

Pero ojo: desde ya están los pirañeros de siempre fraguando cómo irán a gobernar.

Este día de hoy me parece que es un día de nunca. Parece estar apenas en el primer hervor y ya corre como un galgo hacia la madrugada. He descubierto que la confinación ama la palabra No. No salgas. No pienses. No sueñes. No te desenfundes de la envoltura de tu bata de baño.

Hoy me doy cuenta del culto que le guardamos al satánico doctor No. No vino como todos los viernes la vendedora de hierbas a ofrecer sus porciones de cúrcuma o jengibre, esas raíces góticas que tienen algo de gárgola.

No me ha llegado tampoco la alharaca del latoso vecino, un aficionado al bel canto que siempre aúlla un aria más que infame. Es una suerte de Luciano Pavoroti de barriada que a veces, en la alta noche, castiga al vecindario con un trozo detestable de ese engendro patético al que llaman zarzuela.

¿Algo más bajo el signo del No? Pues sí. No temí prender a las 12 de la noche la radio y dosificar su sonido a medio tono para no despertar a los fantasmas.

Sintonizo un programa maravilloso; “Caribe y son”, un ciclo sin caídas musicales y sin ninguna propaganda que dura hasta el amanecer.

Suena de entrada un bárbaro, un genio díscolo y tormentoso nacido en Las Lajas. Por primera vez en el día, o en la noche, no digo No a la jornada. Resulta irrelevante decir su nombre para saber que hablo de un fenómeno natural, diga usted como esos huracanes del Caribe. Quien ignore de quién estoy hablando me produce algo de pesar, un poco de tristeza. Quiere decir que en su vida ha cenado comida fría en un largo banquete de vacíos, sin sal y sin sabor.

Nota: alguien podrá decir que el encierro me ha enloquecido o que está a punto de hacerlo, y la verdad poco o nada me importa. Lo confieso sin recato y sin melindres: he bailado solo en mitad de la oscuridad. Y es una buena pareja.

(Dibujo de María Tabares)

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