“Todo el que habla está traduciendo su pensamiento para la comprensión que espera del otro”
Denise Levertov
Estos días en que hablamos más con uno mismo que con otros o con el otro, se prestan mucho para una especie de tartamudeo que algunos llaman tautología: para hablar de las palabras o si se quiere para hablar con las palabras. Al escritor, novel o no, le es preciso distinguir entre las palabras y el lenguaje.
Henry Miller, en un texto de La sabiduría del corazón lo dice de manera más clara y podríamos decir que vehemente: “El lenguaje está más allá de las palabras”. Estas no existen por separado “excepto en la mente de los eruditos, etimologistas, filósofos, etcétera. Las palabras separadas del lenguaje son cosas muertas y no dan de sí ningún secreto”.
La poética de las palabras a lo mejor aparece de manera más clara cuando logramos develar sus secretos, sus sentidos ocultos. Escribir es recorrerse, decía Henry Michaux, mago que descifraba lo oculto, pintor tachista, explorador, viajero de sí mismo y del afuera. Por eso todos los que nos empeñamos en esto de la escritura somos mudos de nacimiento y es una suerte de epifanía -pongámonos solemnes-, cuando aparece una voz. Una entre las muchas voces que Ulises percibió, un canto lejano de sirenas sin cubrirse de cera los oídos. Esto entra en litigio con una voluntad de estilo, que aparece, si aparece, sin apenas notarlo. Ocurre de manera un tanto cómica cuando nos decimos: “Yo no sabía que sabía esto”.
“Escribir es escucharse”, decía Denise Levertov. Es como la más cómica descripción de los apóstoles ignorantes que reciben el conocimiento con una lengüeta de fuego. Unos lo llaman inspiración, otros rapto poético, inconsciente a favor (André Breton), un duende (García Lorca), el diablo (Alloysius Bertrandt), diosa blanca (Robert Graves), el ángel (Rainer María Rilke). De esto resulta y sin duda sigue pareciendo un tanto cómico, la llegada de Carmen, palabra que en latín quiere decir hechizo o profecía.
Mira lo que se oculta tras un nombre corriente de mujer, querida Carmen Logreira.
El poeta insumiso, me parece que es semejante a un ladrón del bosque de Sherwood: asalta y estruja las palabras de los nobles, las palabras con heráldica, las paganiza, las humaniza en un lenguaje descalzo y sin pergaminos. La vida es más que preceptiva. Y entonces vale recordar a Rilke: “se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible larga. Y después, al fin, quizás se sepa escribir 10 líneas que sean buenas”.
II.
Es abrupto pasar de un escrito sobre las palabras y el lenguaje a mirar las noticias cotidianas, tan pandémicas y obsesivas. Leo en El Heraldo una patafisica noticia digna de figurar en una antología de humor negro.
La noticia advierte a los mayores de 70 años que con permiso de sus padres vayan a realizar actividades físicas o de ejercicios al aire libre, que lo harán bajo su absoluta responsabilidad (Alcaldía de Santa Marta, según decreto 153).
Dice el periódico samario, con absoluta claridad matemática que los padres de los agraciados setentones deberán tener entre 90 y 100 años, un abuelazgo dracúleo, tan transilvánico como inesperado. Todo indica que las autoridades tendrán que sacar un nuevo edicto con una fe de erratas, con una adenda enmendando el disparate. Esta macondiana noticia me hace recordar una lápida que vi hace varios años en el cementerio de Necoclí, un cementerio marino. Por tener un error de ortografía, un deudo se cansó de oír que algunos se lo señalaran y decidió poner al lado de la lápida una tabla señalando la errata. A lo mejor fuera un mea culpa dirigido más al pariente que al visitante del camposanto.
La noticia de los viejos que deben pedir a sus progenitores permiso para salir a la intemperie y ejercitar sus músculos, ha puesto a mis congéneres caribes a pensar en varias opciones para recibir la autorización de sus padres y así poder salir a las calles o al mar -ahora más descontaminado-, en la hermosa bahía. Estas son algunas de las opciones que han encontrado para salvar el entuerto leguleyo de la alcaldesa:
1. Fabricar una ouija para invocar a sus padres.
2. Falsificar un permiso escrito en tinta del más allá, ojalá en latín.
3. Intrigar frente al Tribunal de las Almas Benditas un certificado con matasellos del Purgatorio.
4. Quejarse a la Asociación de fantasmas egresados del Jurasic Art.
5. Realizar un mitin portando carteles con la imagen de Noam Chomsky (92años), que es el más joven analista político encargado de cantarle la tabla a una momia prematura llamada mister Trump.
6. Quejarse al Instituto Matusalén, con sede en el Vaticano, para que vele por sus novias y abandonar de inmediato la ciudad, aunque no se sabe si en tranvía, de lo que siempre ha carecido Santa Marta, o en tren, que se ha hecho fantasma para negar la letra de un viejo porro muy bailable y cadencioso.
7. Mandar a la mierda todo y pedir la jubilación de Dios, que es el más viejo de todos.