(II) La mujer gigante

(II) La mujer gigante


Hoy he contado los pabellones y hay 6, como en el relato de Chejov. Una amiga me ha dicho que si sigo corriendo me meterán en el pabellón psiquiátrico. Perfecto: es el que tiene el pasillo más largo. En realidad hay 7: seis antiguos y uno moderno y funcional (cualquier cosa que signifique funcional). En el funcional es donde hay que fichar a las 8 de la mañana. Pero yo me he ido directamente a mi pabellón del primer día, donde hoy  había exceso de celadoras. Me han dicho que fuese al funcional, que buscase a Pepa, para ver a qué pabellón me asignaba. Eso he hecho. Mucho tiempo buscando a Pepa, recorriendo todos los posibles lugares donde se puede ocultar una jefa, cruzando los jardines rusos una y otra vez, de una manera claramente atolondrada. Cuando la he encontrado, me ha echado la bronca por llegar tarde (es pequeña, dije, enérgica y nerviosa y también dura). Le he explicado la confusión y lo ha entendido. En fin, el celador novato, hay que tener paciencia. Me ha mandado a otro pabellón diferente al del primer día. Allí estaban ya en pleno zafarrancho. La supervisora de planta me ha dicho que me pusiese una bata de súper EPI. Empiezan las emociones fuertes, he pensado. Pero al final han dicho que no. El otro celador, Andreu, sí entra en las habitaciones y hace trabajo de auxiliar. Yo he empezado a hacer lo del otro día: ayudar a los que  están adentro, llevar residuos, bolsas, traer material, etc. Y una función inédita.

Pero antes les presentaré a mis nuevas compañeras. Son astronautas y van vestidas como astronautas. Solo se ven sus ojos. Se puede  pensar que todo es un carnaval, todos con máscara, jugando por esos pasillos magníficos, moviendo los carros de lencería, los carros con las bolsas de ropa, bailando valses sobre nuestros zapatos blancos y llenos de desinfectante. ¿Qué verán los enfermos cuando entran las astronautas ¿Qué verán en medio de la fiebre? Una peli de ciencia-ficción. Una distopía. ¿Sabrán esos ancianos nacidos en la guerra y la posguerra que es una distopía? Quizá no conozcan la palabra, pero han vivido  al menos tres.

El caso es que trabajas codo a codo con gente que nunca habías visto y que en realidad tampoco ves ahora, solo ves sus disfraces de astronautas (si llevan las gafas de súper EPI, tampoco les ves los ojos). Y sin embargo, somos una auténtica orquesta. Miren, escuchen esta sinfonía de la medicina en acción. Esta canción que tocamos entre todas. Me doy cuenta de que solo conozco sus voces, sus palabras. Y no son palabras banales. Son eficientes y bellas. Son palabras que acarician a los abuelos. Son palabras dichas contra la muerte. Las chicas no se cansan de bromear, no se cansan de dar las gracias. Pero sí se cansan.

Hay dos chicos en el equipo. Un enfermero, Edu, y Andreu, el otro celador. Hablo bastante con Andreu. Nos caemos bien. Se está sacando el título de guía de montaña en la Pobla de Segur, en el Pirineo catalán. De viaje a Madrid, el Cóvid le pilló aquí y también se puso a currar de celador, por echar una mano. Se ve que a los de Recursos Humanos les gustan los guías de montaña. Andreu es carismático. Sé que será un guía carismático. Solo hay que ver cómo se mete a las abuelas en el bolsillo. Cómo las cuida y les habla. Pero es temerario. Este pabellón es temerario. Me doy cuenta de que no se cumplen los protocolos de seguridad con el mismo rigor que en el otro. No entiendo cómo en un mismo hospital hay formas diferentes de actuar y no un único protocolo. No creo que sea algo aconsejable. Adríán entra en las habitaciones una vez que se ha quitado el súper EPI. Entra con un EPI normal (se necesita mucho tiempo para ponerse un súper EPI, además de ayuda de otros). Entra porque una abuela necesita agua, o porque otra necesita baño, o porque otra se ha quitado el oxígeno y hay que ponérselo de nuevo. Le digo que si él va a enfermarse ¿quién cuidará de sus abuelas? Y que él puede contagiar a sus compañeros, además. Es el típico guía carismático y temerario a un tiempo. 5 Minutos de descanso y me hace un café. Luego me doy cuenta de que ese café puede ser Cóvid.

La nueva función apasionante no es correr por el pasillo, sino por los jardines. Me doy cuenta de que estoy haciendo varios trabajos a la vez y que cada poco tiempo, Edurne, la supervisora, me llama para que vaya a otro pabellón a por algo, o  a llevar algo. Material, muestras, un certificado de defunción, a un enferma (tiene que venir una ambulancia a por ella. Yo pretendía llevarla en la silla, atravesando a cuerpo los jardines, jugando a que echábamos carreras. Pero Edurne, cuando me ha visto saliendo por la puerta automática del pabellón, se ha echado las manos a la cabeza y me da dicho  “qué no, qué no. Tienes que llamar a la ambulancia”). A primera hora me dieron un teléfono, un Nokia del siglo XX, nada menos. Ahí recibo llamadas de Edurne, Pepa, y otra gente que pretende hablar con Edurne o Pepa y a quienes contesto que soy Pedro, el nuevo celador, lo siento. Me dice Edurne, ya más tranquila, que busque ahí el número de la ambulancia. Llamo al tipo. Me dice que me ponga bien el EPI. Fuera hace un frío del carajo. Empieza a nevar. Estoy en manga corta y llevo encima un  trozo de papel con forma de bata. Metemos a la paciente en la ambulancia. Son 50 metros pero hay que hacerlo así.  El resto de encargos, sin embargo,  los hago corriendo de un pabellón a otro. Lo hago todo más rápido. Ni siquiera Andreu lo haría más rápido. Corro bajo pinos, sauces y chopos. Pero me parece que son píceas, abedules y slatniks, es decir, un bosque eslavo.

Luego llega el momento culminante de la jornada. De una jornada llena de intensidad, de una jornada dura. Una enfermera me dice que tengo que ayudarla a limpiar y arreglar la cama de una paciente. No es Cóvid, sino que tiene otra enfermedad contagiosa. Entro y veo que la paciente es una mujer gigante. ¿Debo pedir disculpas por las comparaciones? Es una mujer ballena, es ¿lo han leído ustedes? como la abuela de la Cándida Eréndira, ese pedazo de novela de García Márquez. Es decir, es una mujer del realismo mágico, hiperbólica, inverosímil. Y sin embargo, está sufriendo. Hay que limpiarla. La enfermera me dice lo que tengo que hacer: cómo moverla, cómo limpiarla, cómo ponerle el pañal, cómo entremeter las sábanas (muy lisas, para que no le hagan daño), dónde y cómo retirar la ropa residual. Salgo de allí probablemente pálido, probablemente distinto. ¿Realismo mágico? los cojones realismo mágico. Me río yo del realismo mágico.  Realismo sucio de la piel dura y agrietada de esa mujer enorme, de sus heridas supurantes,  de sus uñas de pájaro.

Y faltan cosas. Cuando salgo, están allí los soldados de la UME, embutidos en sus trajes de guerra biológica. Se llevan un cadáver. Una enfermera había dicho antes algo de un finado. Me detengo en esa palabra: finado. Voy a por mi móvil y busco en el diccionario de la RAE. Finado: del participio de finar. De fin, claro. De fin. 

Pepa me pregunta, al final de la jornada, cuando voy al pabellón funcional a echar la firma, con cierta consternación, como si realmente estuviera hablando con un caso perdido, que por qué corro tanto, que por qué voy por todos lados tan deprisa, que me voy a hacer daño. Le digo que es porque llevo 20 días sin correr. Y que a los hombres lobo lo que más nos gusta es correr de un sitio para otro. 

Ha empezado a nevar de nuevo sobre los pabellones.

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