(XXXXIV) Jueves 11 de junio

(XXXXIV) Jueves 11 de junio


LA EDAD SIN BRONCE

Ayer me puse a mirar el gato del vecino que invadiendo mi espacio estilaba posiciones distintas como si él mismo cincelara de manera sucesiva una y mil estatuas. Al poco rato me sacaron del letargo un par de coincidencias. Dos amigas, que dudo se conozcan entre sí, Olga y Lina, me llamaron y un poco al desgaire me hablaron de mi libro Temporada de estatuas. Me dicen que ahora que hay una sucesión de actos inconoclastas en el mundo, una oleada de desmantelamientos, mutilaciones y vulneraciones iracundas de estatuas a raíz del asesinato de George Floyd en Minneapolis, recordaron mi interés en el asunto de la representación o de hacer algo presente, casi siempre asociado a una semejanza de la realidad fraguada desde la escultura. Algo así como un sustituto físico de la realidad, si habláramos de la estatuaria clásica.
Pensando un poco en esto dejé mi sedentarismo, pues llevaba más de 10 horas en la cama sin hacer nada más que mirar al gato visitante, y me fui a la biblioteca a buscar La escultura moderna, un libro que aprecio mucho, un volumen sabio y bellamente escrito por un poeta, filósofo, crítico literario y de otras artes, que tiene el agregado definitivamente atractivo de haber sido anarquista, Herbert Read.
Cuando Read habla de Rodin sienta la tesis de que su arte nace también de las sensaciones y no solo de la representación realista, de la “representación mimética”. Y ahí es donde quizás se de un arte que no es puramente de representación.
El deseo de crear una herocracia, que no es otra cosa que el gobierno en el que mandan los héroes como si fueran los sacerdotes de la verdad convertida en mito, ha falseado desde el bronce, desde el mármol o la piedra, la siempre manipulable historia.
El asesinato a la vista del mundo entero de un hombre que solo logró balbuicir antes de morir que no podía respirar (sobre todo en el mismo aire de los blancos racistas), y que acude al llamado inocente de su madre, ha producido y tal vez seguirá produciendo una pasión inconoclasta contra los falsos poderes de la mencionada herocracia.
Yo recuerdo una noticia en el año 2016 que daba cuenta de la decapitación de una estatua de Franco, del degeneralísimo Franco, en una plaza de Barcelona. Antes le habían agregado la cabeza de un cerdo. Ayer no más, la estatua de Edward Colston cayó a manos de un grupo de exaltados. Colston, un esclavista británico al que se debe la muerte de centenares de africanos, se fue de bruces gracias al furor iconoclasta suscitado por el crimen de Floyd. El siempre agudo y disruptivo Bansky propone que lo saquen del naufragio en el río donde hundieron la estatua del esclavista para subirla a un pedestal con un cable alrededor del cuello. La idea es acompañar al genocida con un grupo escultórico de gentes que tiran de unas sogas en acción de derribarlo para que muerda el polvo y bese la lona.
En Boston sigue en pie una estatua de Colón pero ya acéfala, sin su cabeza redonda como un mapamundi.
Siguiendo la racha iconoclasta también se fue al piso Leopoldo II, rey de Bélgica al que tumbaron de su pedestal en la calma ciudad de Bruselas y también en Amberes y en Gante. Leopoldo fue un genocida de marca mayor, amo y señor del Estado Libre del Congo, vaya cinismo llamarlo libre, que hizo de las suyas en el país africano y que según afirmaba Bertrand Russell dejó al menos ocho millones de congoleños asesinados.
Una confesión: las estatuas de Colón y de la Reina Isabel La Católica, del almirante que descubrió algo que los habitantes de este lado del globo ya habían descubierto, posan en un monumento hierático y sin mayor gracia. Las dos figuras pedestres han recorrido varios lugares de Bogotá. Primero estuvieron instaladas en la calle 13 entre carreras 16 y 17, luego en un parque en la zona de Puente Aranda. También posaron en una glorieta ubicada en la Avenida de las Américas y en algún otro lado que no recuerdo. Por último, desde 1988, están en la Calle 26 en cercanías del aeropuerto “El dorado”, sin que nadie haya intentado su justiciero derrumbe.
Quizás la ubicación del monumento a Colón y la Reina Isabel oculte algo de simbólico y tenga que ver con el relato de su ambición por el oro y el sueño de encontrar “el dorado”. Yo llevo muchos años guardando la esperanza de que, estando tan cerca al aeropuerto, de pronto se animen y regresen a Castilla.
Por lo pronto, le debo decir a mis dos amigas que les devuelvo el recorderis y les agrego un cuento breve y un poema sin bronce. Estos acentos iconoclastas que recorren el mundo me resultan refrescantes. Me sumo desde la palabra a esta oleada de dignidad anti-racista y de rechazo a tantos falsos emblemas colectivos, con un breve cuento y algo que aspira a ser un poema.

AL PASO DEL DESFILE MILITAR
-Si aprendo a marchar así, ¿podré ser soldado?
-Sí, hijo mío.
-Y si voy a la guerra, ¿me despedirán con banderas y tambores?
-Con pañuelos al aire y besos lanzados desde los balcones.
-¿Y elevarán globos blancos y azules cuando regrese?
-Si apuntas con buen ojo y obedeces te cubrirán de abrazos y laureles.
¿Y me harán una estatua como la que hay en el parque?
-Más grande, hijo mío, mucho más grande.
-¿Me orinará el mismo perro, padre?
PRUEBA DE BALÍSTICA
Siendo un muchacho, un corredor de fondo
en las pistas del vacío,
entré a trabajar en el taller de un anarquista.
El viejo maestro estaba decidido a fundir toda clase de
/estatuas
para convertirlas en balas
que llenaran la mañana de un olor a café fresco,
/a pan con municiones.
Decía que la estatua de Pío XII
haría buen pertrecho para dispararle al Vaticano,
solo para echar a volar sotanas como negros
/pajarracos.
Contaba que cuando Rimbaud
supo que le iban a levantar una estatua,
dijo que aceptaría si una vez esculpida
le permitían hacer balas con su efigie de bronce
para asediar a los franceses.
En lengua franca, añadía el maestro,
el poeta nos legó su horror a la gloria
y más aún, su horror a la patria.
Me convenció
de la nobleza de apuntar al Pentágono
con la estatua de Lincoln convertida en cañón
o con proyectiles de la cabellera rizada de George
Washington.
Se relamía
como el niño que juega a la Armada Imperial
/en su bañera:
“Borraremos los maniquíes de una estatuaria
hueca como el busto operático del Duce,
embaucadora como el caballo de Troya”.
“La estatua de Gutenberg habría que fundirla
en las imprentas clandestinas de la noche”.
“La de Stalin fue vaciada con una materia ideal
para fabricar y repartir llaves y ganzúas
entre los poetas irredentos que enjaulaba”.
-¿Y la de Bakunin, maestro?, le pregunté.
-Bakunin no tiene estatua: no se esculpen los vientos.
(Foto, Estatua acéfala de Colón).

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