(XXI) Miércoles 22 de abril

(XXI) Miércoles 22 de abril


QUE PASEN

 

Recibo un mensaje de un viejo amigo que vive en Alemania. Pleno de su habitual optimismo me dice que los que pretenden un nuevo orden social pero sufren de aporofobia -vaya palabreja para hablar del rechazo a los pobres- “no pasarán”. Que vendrá una revuelta global sin antecedentes que pondrá en jaque los autoritarismos. Mientras oigo a mi amigo siento al fondo un ronroneo de gatos. Pardos, por supuesto. Ese gatopardismo de jugar a cambiarlo todo para no cambiar nada, no pasa de las puertas de los bancos. Tras sus puertas giratorias se desvanece. Me atrevo a decirle que es cierto en parte lo que me dice, que tras el anunciado descalabro global, la realidad no seguirá siendo la misma sino muy seguramente peor. No por mortificarlo, lo que a su vez me mortificaría, le digo que el virus gatopardista permanece por años entredormido, pero que a él acuden los ilusionistas de siempre, los vendedores de humo, los especialistas en prometer una cosa y hacer la contraria. Le recuerdo que acá, en dos altos poderes, los charlatanes borran sus promesas y dicen que no se pueden realizar los cambios anunciados porque existen unas leyes previas que por puro descuido habían olvidado. Aún así, siguen acudiendo en la tribuna a una reventa de sueños. Parece que siguieran al pie de la letra una premisa de Cioran, al que sin duda no habrán leído: “tomo una decisión, la anulo y me acuesto”.
Mi amigo me repite que esta vez en verdad “no pasarán”.
Yo me callo pero recuerdo las cabeceras de donde viene esa recordada expresión. Se dice, aunque algunos se la asignan a Petain, un ingratamente recordado militar francés que no demoró mucho en ser colaboracionista desde el régimen de Vichy con la Alemania nazi, que en realidad fue Dolores Ibárruri, “La pasionaria”, la formidable luchadora comunista quien acuñó el lema de “no pasarán”, durante la defensa de Madrid frente al ejército franquista.
Ella, “La pasionaria”, fue sin duda una figura admirable, digna de estar en la leyenda por su claridad y arrojo y por la defensa de la insumisión de la mujer. Sin embargo creo que se equivocó, no por causa suya ni por falta de valor de los republicanos, sino más bien por culpa de la maldita historia a la que casi nunca le gustan los finales felices.
No lo fue porque en términos gruesos, como si hubieran sido escritos al carbón, ella se equivocara en la consigna del “no pasarán”, pero en verdad los “fachas” no pasaron, se quedaron como cuarenta años vejando y postrando al pueblo español con sus patrioterismos, su garrote vil, su catolicismo del peor, y con la entronización del degeneralísimo como sumo guardián de las costumbres y de las ideas.
Muchos españoles, aturdidos por la propaganda, ni se dieron cuenta del horror que vivían ni de que tenían acaballado en sus espaldas y gobernándolos a un tiranosaurio.
De manera que cada vez que oigo el lema de “no pasarán”, no deja de producirme un hondo y preocupante temor. Quizá, y sin que suene a bufonada, habría que decir: “pasarán”, a ver si algún día terminan de irse, de largarse de una vez por todas los liberticidas que en todas partes siguen convirtiendo el mundo en una cloaca. Como lo siguen haciendo en la Colombia de hoy, una tierra regida por los más notables cleptócratas.
Si esto lo dijera un profesor de historia le lloverían, muy seguramente, tomates arrojados desde la izquierda y la derecha del aula de clases. Roguemos que entre esa tomatina vengan también pimentones y calabazas para prevenir cualquier escasez que se avecine en estos días de claustros y de fobias.
(Pintura: Samudio-Roca al alimón, Homenaje a “El Roto”).

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